Resucitar para nada
La jornada comenzaba con una de esas paradojas a las que nos ha acostumbrado el discurso independentista: el máximo responsable de la seguridad en Cataluña, el aún president de la Generalitat, exigiendo que se garantizara un servicio público que se veía interrumpido, justamente, por la inseguridad que permite que sus instalaciones se vean sometidas a expolio continuo.
Otra forma de leer tan extraña manifestación es que el que la hacía ya se sentía más fuera que dentro de su magistratura, como han certificado los resultados. Si hay alguien a quien le ha salido mal la estrategia seguida en los últimos años, esa es ERC, poco menos que masacrada en las urnas. La parte que en el descalabro le toca al candidato ya le será exigida desde sus filas, pero lo que está claro es que el 12-M lo condena a engrosar el muy honorable y muy envidiable colectivo de expresidents.
Interesante resulta, a la luz de este hundimiento, que el de Waterloo haya resucitado finalmente para nada: su sorpaso y su subida en escaños resultan estériles por consumarlos a costa del resto del independentismo, que se queda lejos de la mayoría. El ‘procés’ empieza a oler a muerto, pese a la ilusión que vivieron durante la campaña sus partidarios de volver a tener la sartén por el mango, y su apóstol ya podría ir buscando el camino de vuelta al sepulcro. De poco sirve el poder exhibido en la carrera de San Jerónimo, cuando en el Parlament suman más quienes sostienen lo que más le horripila: que Cataluña es España.
Con todo, la cuestión crucial es la que se plantea en torno al vencedor, el PSC de Salvador Illa; o si se prefiere, y a través de su papeleta, Pedro Sánchez, a quien después de todo no parece haberle salido mal dinamitar la primera parte de la campaña con su espantá e irrumpir como prima donna en la recta final. La impresión que tenemos desde hace unos años de que la política nacional es un juego alocado en el que Pedro Sánchez se lleva siempre el gato al agua tropieza sin embargo con dos escollos: los diputados obtenidos por la derecha española en el Parlament y la necesidad de contar con los siete de Puigdemont en Madrid. Si Illa no asegurara con ERC el Govern, tendría aritméticamente dos opciones más, el respaldo de las fuerzas no independentistas o abrir el pacto a Junts. Pero ninguno de los tres escenarios deja de tener sus costes, potencialmente letales para Moncloa.
A partir de ahí, queda examinar la gran cuestión: ¿salió bien, mereció al final la pena la apuesta extrema de la amnistía? Habrá que aguardar un poco más para acabar de confirmarlo.