Diario de León

Fuera de juego
Carlos Frá

La ética del tractor

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A San Isidro, cuenta la tradición, le bajaban unos ángeles a hacerle la faena en sus tierras mientras él se dedicaba a rezar. Ayer se celebró la fiesta del santo patrón madrileño, que quizá fue algo así como el profeta del clásico cuento de la cigarra y las hormigas.

Este San Isidro ha venido con el pan debajo del brazo para el campo. En forma de una Política Agraria Común (PAC) que ha recibido un auténtico revolcón de realidad. El sector primario europeo se ha hecho un ‘San Isidro’ y nos dado una lección a todos los del continente. Probablemente nos han sacado las castañas del fuego aunque no seamos del todo conscientes. La PAC aprobada esta semana incluye las dos prioridades que demandaban los que se afanan para poner alimentos en las mesas de todos. Se limita la burocracia y se racionaliza la importancia de los ineludibles objetivos de preservación de la naturaleza.

El hecho de que el papeleo nos come por los pies es algo que sufrimos a poco que nos toque hacer cualquier trámite. Y la dictadura ecologista, con premisas elevadas a dogma de fe, se hace palpable también sin mayores dificultades.

El campo europeo, mientras el resto nos dedicábamos a mirar al cielo, ha hecho como los ángeles de San Isidro, ha sacado adelante un trabajo que ya era inaplazable. Los tractores que recorrieron el centro de las ciudades han arado los surcos de las futuras decisiones europeas. Y no debemos olvidar que de esas autoridades comunitarias surge la inmensa mayoría de la legislación que decide nuestra vida.

Que las cosas se hagan bien, cumpliendo las normas y evitando fraudes es algo compartido por todos. O casi (dejemos aparte a los tramposos). Y que la naturaleza es un bien clave a preservar para el ser humano, también debería tener un respaldo como máxima de vida. Pero a ese mismo ser humano es necesario facilitarle unos alimentos con garantías y precios asequibles. En un mundo marcado por tantas contradicciones parece que se olvida un fin fundamental, y es conseguir que el plato de cada habitante del planeta tenga cada jornada un mínimo contenido. Relegar esa prioridad enmarañando las cosas no parece muy ético. Pero resulta complejo en el reino de los tramposos apelar a esa meta.

Enhorabuena a los sanisidros de un urbanita que admira su éxito por la tenacidad exhibida frente a toda la maquinaria propagandística que les cuestionaba.

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