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Algunos de mi generación supimos de la tragedia del pueblo judío leyendo durante la adolescencia las novelas de León Uris: Mila 18 sobre el exterminio del gueto de Varsovia o Exodo recreando la emigración de los supervivientes del Holocausto para refugiarse en Israel. Más tarde devoramos la historia de la creación del Estado de Israel narrada en Oh, Jerusalén por Collins y Lapierre. Por entonces, Simón Wiesenthal, ya se había convertido en cazador de nazis para descubrir la guarida de algunos de los principales responsables de la deportación y muerte en masa de judíos durante la II Guerra Mundial.

El arresto, juicio y ejecución de Adolf Eichman promotor de la solución final en 1961-62 en Jerusalén, lo rememoramos como un episodio de pequeño y simbólico ajuste de cuentas en nombre de la humanidad y los millones de personas asesinadas en el mayor genocidio de la historia. Durante los años universitarios mitificamos las comunas agrícolas de los kibutz donde los jóvenes hebreos vivían con la azada y el fusil vivificando un desierto estéril hasta su llegada. Para muchos fue como la meca del socialismo moderno, mezclado con la libertad amatoria y el patriotismo creativo. El siglo XX está salpicado de acontecimientos que marcan la supervivencia de Israel frente a sus enemigos. En el 67 la Guerra de los Seis Días. Un combate desigual entre el pequeño Estado de Israel y una coalición de Estados árabes que la fe, la inteligencia y el coraje judío consiguió inclinar a su favor.

En los Juegos Olímpicos de Múnich el grupo terrorista Septiembre Negro secuestró y asesinó a once atletas hebreos. Volvieron a intentar exterminar al estado de Israel en la guerra del Yom Kipur. También entonces teníamos claro quiénes eran los agresores y quiénes las víctimas. Pero en algún momento del siglo pasado las juventudes comunistas y trotskistas de la Europa democrática adoptaron la causa palestina y la convirtieron en una bandera juvenil. Se pusieron el keffieh al cuello y lo lucieron como un gesto de romántico apoyo a un pueblo oprimido. Relativizando el terrorismo indiscriminado. Adoptando posturas ambivalentes hacia los crímenes de los grupos que practicaban el terrorismo como altavoz de sus reclamaciones. Ahora la ‘gazalización’ de muchos estudiantes y burgueses de la izquierda en Estados Unidos y Europa están falsificando la realidad y alterando los factores llamando nazis a los judíos y judíos a los nazis. Huérfanos de banderas y aburridos de oír a sus mayores hablar de Vietnam se han dejado seducir por un relato adulterado que apoya posiciones islamizantes y antijudías.

La ‘gazalización’ en las universidades llama nazis a los judíos y judíos a los nazis