Diario de León

El mirador
Rafael Torres

Fantasmas de Puigdemont

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Menos del 12% de los catalanes con derecho a voto otorgaron el suyo a Carles Puigdemont en las últimas elecciones. Teniendo en cuenta el porcentaje de participación, en torno a dos de cada diez de quienes lo ejercieron. Bastarían estos resultados para que entendiera la diáfana respuesta del pueblo catalán a su pretensión de ser investido de nuevo presidente de la Generalitat, expresada antes de los comicios en su órdago de que le hacían presidente o se piraba. Ahora, sin embargo, y pese a la nítida respuesta del electorado a su fantasía, lo de pirarse parece que ya no entra en sus planes.

Carles Puigdemont, que de pasar a la historia pasaría como prototipo del político que crea problemas en vez de resolverlos, se ha creado, al cabo, uno a sí mismo que, por falta de aptitudes y de costumbre, también será incapaz de resolver, el de no saber ni querer marcharse cuando, por la ley de Amnistía que le permitirá volver en breve a España como si no hubiera roto un plato en su vida, se tenga que ir de verdad, quiera o no quiera, a tomar viento fresco, el viento helador que sopla fuera de la política con mando en plaza para los que han hecho de ésta su única razón de ser.

Puigdemont se convirtió en un fantasma cuando huyó de su país dejando en él a las innumerables víctimas de su fantasmagoría. Desde entonces, su espectro ha ido vagando por Europa hasta que, por un albur favorable de aritmética electoral, se las arregló para hallar expedito el camino de vuelta, pero aún no ha comprendido que el resultado de las urnas sólo le faculta para volver como fantasma precisamente, y para no hacer otro ruido que el que hacen, al arrastrarlas, sus cadenas, esas de las que ninguna ley de Amnistía le puede liberar, pues es un fantasma.

Oriol Junqueras, que también fue fantasma pero que cobró forma humana al asumir con valor y decencia sus responsabilidades, se quedó aquí y, lo que son las cosas, no puede volver, pues lo suyo, su inhabilitación, tardará en resolverse. Pero él piensa en humano, no en fantasma como Puigdemont, y, por su ascendente en ERC, lo más probable es que permita a Illa gobernar. Menos del 12% de los catalanes con derecho a voto acudieron a entregárselo a un fantasma.

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