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En un pasado artículo hice referencia a los adolescentes con los que coincidí cuando visité en 2018, en Buenos Aires, el Museo Sitio de Memoria, en la antigua Esma, el emblemático centro de detención ilegal, tortura y asesinato durante la dictadura de la Junta Militar, entre 1976 y 1983. Los muchachos y muchachas, de unos 15 años, formaban parte de una clase que había acudido a visitar aquel lugar de testimonio del horror en compañía de su profesor.

Los adolescentes miraban absortos, con un silencioso respeto, el duro vídeo que sirve de introducción explicativa al recorrido. Era probable que el profesor, un hombre joven, los hubiera preparado para esa visita especial y explicado su contexto histórico. Me dolió en una pared contigua a la pantalla una fotografía grande (demasiado, un detalle de mala leche) de Borges dando la mano a Videla.

Aunque ese día no era bueno porque acababa de ganar el ultraderechista Bolsonaro en Brasil, aquellos chicos y chicas afectados por la narración de la barbarie que se practicó en su país hace no tanto me dieron algo de esperanza sobre la posibilidad futura de un mundo menos feroz.

De momento no es así en absoluto. Para el largo trayecto de vuelta hasta la Recoleta, me tocó un taxista mayor (grande, como dicen los argentinos) que me preguntó qué me había llevado al barrio de Palermo; le expliqué. Era un viejo fascista que añoraba «los tiempos de orden» de la dictadura militar, dijo sin empacho.

Me he acordado en el presente de aquella muchachada porteña a la que un lugar con una abrumadora carga de espanto y la preocupación didáctica de un profesor había despertado su atención y quizá su conciencia. ¿Cuántos de ellos habrán votado seis años después al fantoche Milei? Espero que pocos.

Me los ha recordado hoy otros jóvenes con conciencia, estudiantes de universidad en España, en Europa, en Estados Unidos, que muestran con su rechazo a la continuada masacre que sigue practicando Israel sobre población civil (muchos niños, teniendo en cuenta que solo uno ya es demasiado abominable) en Gaza.

La seriedad de las caras de los que hablan a la cámara del noticiario, expresando con la firmeza de su juventud que esa atrocidad no puede proseguir, me conmueve por esa ingenuidad previa a la constatación de que todo es mentira.

La fuerza de esa ingenuidad que es pureza que puede tambalear una tiranía y detener la monstruosidad. Me dan consuelo y esperanza esos jóvenes que son la cara opuesta del ruido vacío, la ignorancia egoísta y el culto a la estupidez gregaria.

Son la sal de la tierra y de la razón, como lo han sido siempre.