Diario de León

Aquí y ahora
LORENZO SILVA

Bestialmente humanos

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Hace ahora 25 años, gracias al olfato de la editorial Lumen y de Antoni Vilanova —director de su mítica colección Palabra en el tiempo —, se publicaba en España uno de los bestiarios más brillantes de la literatura contemporánea. Su autor, Alessandro Boffa, biólogo de profesión, se ganó con esta colección de veinte relatos, titulada Eres una bestia, Viskovitz, un lugar de honor en la tradición literaria que recurre a los animales como personajes de ficción para explorar a través de sus peripecias las luces y las sombras, las miserias y las glorias de la condición humana.

En cada una de las historias, el protagonista, que siempre se llama Viskovitz, pertenece a una especie zoológica distinta. Lo conocemos en las vicisitudes de su vida como caracol, hormiga, zángano, camaleón, tiburón o cerdo, entre otras muchas. Todos los cuentos atestiguan el conocimiento científico de su artífice, que se sirve de los rasgos y los hábitos de los diferentes bichos para mostrar una faceta de la existencia humana.

Si el caracol Viskovitz, hermafrodita como todos los suyos, se enamora de su propio reflejo en el cromado de un grifo del jardín donde vive, el tiburón Viskovitz devora sin piedad a sus infelices padres. El frecuente recurso al humor —hilarante es la epopeya de la hormiga Viskovitz, que consigue gobernar varios hormigueros tras empujarlos a guerrear entre sí, o la del zángano Viskovitz, que encuentra insufrible su vida como favorito de la reina— no impide a Boffa trazar un crudo retrato de las pulsiones que nos mueven a quienes, creyéndonos tan por encima de los animales, nos comportamos más veces de las que nos gustaría como si la racionalidad de la que presumimos no fuera para tanto.

Especialmente cruel es la historia del cerdo Viskovitz, cuya inteligencia no le impide hacerse adicto a la fama que alcanza como artista circense, y que lo convierte a la postre en una pobre criatura, aunque logre perfeccionar sus armas de seductor hasta el punto de aspirar, con serias posibilidades, a la presidencia de los Estados Unidos. Da la sensación de que es aquí donde el arte para la alegoría del narrador alcanza sus cotas más amargas; habrá, incluso, quien lo encuentre profético. Sin embargo, es en la última pieza, en la que el microbio Viskovitz evoluciona hasta convertirse en un organismo pluricelular, donde le aguarda al lector el zarpazo definitivo, que no vamos a desvelar aquí. Quien quiera descubrirlo, que emprenda el viaje: un cuarto de siglo después conserva, incólume, su encanto arrollador.

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