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PANORAMA
DIEGO CARCEDO

¿Tercera guerra mundial?

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Leer y escuchar que el mundo está avanzando hacia una tercera guerra de grandes dimensiones y que el escenario probable sería Europa, estremece. La verdad es que cuesta creerlo: los europeos estamos escarmentados con el recuerdo de las últimas contiendas y gracias a la memoria que nos han dejado, una gran parte del continente ha aprendido y reaccionado a sus temores con una iniciativa de paz y libertad que causa admiración y envidia en el resto del planeta. Pero no encuentra imitadores.

La Unión Europea ha conseguido en pocas décadas unir a los viejos Estados enemigos y abrir unas perspectivas de paz, progreso y unidad que son un ejemplo para el resto de las naciones. Pero la Europa unida en una empresa común es un territorio pequeño, apenas 500 millones de habitantes, que disfrutamos sus éxitos, mientras los demás se mantiene fieles a la tradición de dar rienda suelta a sus ambiciones de poder, tanto territoriales como de dominio sobre los demás.

La invasión de Ucrania ha sido un anticipo del peligro que, según los expertos en estrategia militar y perspectivas de futuro, está acercándose. Vladimir Putin, un recuerdo viviente de la vieja Unión Soviética, parece dispuesto a recuperar aquel imperio que se gobernaba con mano de hierro desde el Kremlin y, para su disgusto, hoy se halla disgregado en dieciséis países, cada uno con sus problemas, heredados o recién creados, pero satisfechos de poderlos afrontar con sus criterios.

Las predicciones sobre una nueva contienda se refuerzan cuando van conociéndose los avances en la acumulación de más medios y más modernos para afrontarla. Aquella idea utópica del populismo izquierdista que rechazaba las inversiones en equipamiento y formación militar se confirma como un error que está afectando la capacidad de defensa de los Estados que cayeron en esa trampa. Lo que está ocurriendo en Ucrania es un aviso para los países vecinos que temen ser las próximas víctimas. Hace escasos días el Senado norteamericano aprobó un presupuesto gigante para repartir entre Israel, Ucrania y Taiwán, tres escenarios probables para el estallido del temido conflicto. El peor de todos los síntomas es la ambición de adquirir o robustecer los arsenales nucleares que se justifican con la necesidad de la disuasión, pero con la posibilidad abierta de su recurso para lograr los objetivos y ambiciones de quienes los poseen. La bomba atómica parecía bajo control gracias a los tratados entre las superpotencias, pero nunca fue destruida ni su desarrollo frenado, vuelve a ser la amenaza temible por excelencia. La semana pasada, Putin viajó a China y le vimos conversando amigablemente con su colega Xi Jinping. Se sabe poco sobre lo qué los dos mandatarios pactaron. Solo que la realidad es que el mundo ha vuelto a dividirse y a organizarse en bloques de intereses compartidos que generan esa posibilidad del recurso a la guerra para conseguirlos. Rusia y China monopolizan la amenaza contra Occidente.