Diario de León

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Veo por las redes que el personal aún prefiere a Putin que a Biden y Zelenski. Este dilema, querido lector o lectora, tiene fácil solución. Imagínate que te invitan a tomar café Putin y Biden, y que los dos, solícitos, desean acercar la taza de café a tus manos. La vida es muy simple. Mucho más de lo que parece. La gente se cree que hay grandes conspiraciones y grandes maquinaciones y que el mundo lo gobiernan las fuerzas oscuras. Pero el mundo va a la buena de dios. No hay nadie en la cabina de mando. A lo sumo una computadora de abordo. Mejor me tomo la taza de café que me acerca Biden que la que quiere acercarme Putin.

El mundo es beberte un café con alguien que sabes que no te va a echar plutonio en vez de azúcar en la taza. La inteligencia natural de los seres humanos es superior a la inteligencia política, esto es una gran paradoja, pero es así. Lo mismo en Cataluña. ¿Con quién te tomas un café, con Illa o con Puigdemont? Illa además tiene un apellido muy cercano al nombre de uno de los mejores cafés italianos del mundo, el café Illy. La conquista final de una democracia es poder elegir a la persona con quien te tomas un café, en la medida en que esa velada va a ser agradable, no te van a insultar, no te van a humillar, no te van a envenenar ni de odio ni de plutonio. Eso sí, querido lector o lectora, lleva cuidado y abre los ojos, porque el mundo se está calentando, y es muy posible que no te dejen elegir con quien tomarte un café. Al final yo he optado por una solución salomónica. Me tomo mi café a solas. Y no veas lo bien que me sabe. Es imposible sentirme en peligro a solas conmigo mismo. Menuda paz. Tú solo frente a tu taza de café. No corres ningún peligro. No tienes que mantener una conversación falsa con nadie. Veo a veces en la televisión desayunos de Estado, de trabajo, de políticos y gente relevante. Veo cruasanes encima de la mesa. Los asistentes al desayuno ni se los miran. A los cruasanes, digo, que no se los miran. Y yo pienso qué harán con tantos cruasanes recién hechos para esa gente tan importante que pasa de los cruasanes. El pueblo, o sea la gente normal, con poco o más bien muy poco dinero me refiero, desayuna galletas que están tristemente empaquetadas. Pero también desayunan solos. Mejor untar una triste galleta en tu solitario café que estar allí desayunando con un montón de desconocidos que ni son tus amigos ni tus vecinos ni tus compañeros. No son ni humanos, pues se olvidan hasta de los cruasanes. Con lo que a mí me gustan los cruasanes recién hechos.

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