El amo en el Congreso
La vida social es muy antigua y viene de la Prehistoria, en esos miles de años, antes de que aprendiéramos a escribir. El hombre primitivo se agrupaba en tribus o aldeas de no más de 30 individuos. Para hacer vida social no hace falta vivir en Manhattan, basta un pequeño núcleo habitado donde convivan familias diferentes. Por eso, desde hace miles de años hemos aprendido, no sólo a escuchar las palabras, sino a interpretar los gestos, las miradas, las actitudes, las expresiones. Por eso, cuando alguien cruza los brazos, podemos interpretar si se está pidiendo paciencia a sí mismo, o se siente a gusto con lo que le están contando. La mirada huidiza puede significar humildad, o temor, pero también desprecio. Y el mentón erguido suele ser traducido por sentimiento de superioridad y de autoritarismo.
La interpretación de los gestos no se enseña en las escuelas, ni los padres instruyen a sus hijos en la materia, porque es algo que cada uno elaboramos con la experiencia. Sí, claro, en Psicología y en Psiquiatría, hay espacios para descifrar el lenguaje corporal y para entender las expresiones faciales, pero todas las personas, con una inteligencia incluso inferior a la media, llegan a analizarlas y entenderlas.
Por eso, me llamó la atención el gesto del presidente del Gobierno, en sede parlamentaria -tan silencioso, como evidente- llamando la atención a la presidente del Congreso, sobre el prolongado discurso del rival, apremiándola a que cortara la perorata. Es cierto que, a veces, en el restaurante abarrotado, mostramos la copa al camarero para apremiarle a que nos sirva, pero la misión de camarero es, precisamente, servir bebida y comida, mientras la presidente del Congreso de los Diputados no está a las órdenes del presidente del Gobierno, ni de los ministros, ni de los diputados, sino que representa el poder legislativo y son sus componentes quienes tienen que obedecer a la presidente. Ese desparpajo, tan impertinente como insólito, produjo cierta sorpresa entre quienes todavía tienen una opinión favorable sobre el presidente del Gobierno, y una desagradable corroboración de esa soberbia entre quienes ya hemos observado que le molesta la división de poderes en una democracia: legislativo, ejecutivo y judicial. El amo en el Congreso no disimula. ¿De quien depende el nombramiento de la Presidente del Congreso? Pues eso.