Una cortina azul
Todos tenemos nuestros recorridos rutinarios, calles que solo tienen sentido para nosotros porque nos llevan a determinados lugares funcionales: El trabajo, la peluquería, el pan, la casa de nuestro cuñado. Calles que, probablemente, no hemos registrado con nombre y apellidos, calles por las que, simplemente, pasamos pero pasamos suficientes veces como para que nuestro rabillo del ojo detecte sus cambios. Una valla blanca con rosas rojas A una de esas calles silenciosas y tiernas me lleva cada mañana Sam, mi perro o, vaya usted a saber, el perro del que soy paseante. Es una calle anodina, de aceras estrechas asfalto sucio, una papelera quemada y una señal de prohibido aparcar en ambas direcciones con una falda de anuncios de «vendo oro» con tiritas para poder llevarte el teléfono de la tienda contigo. Hay un bazar con el escaparate atiborrado de accesorios plastiqueros de telefonía y un taller de coches que anuncia orgulloso su especialidad en cambiar el aceite. Quizá por eso a la esquina de mi ojo le llamó tanto la atención cuando, como de la nada, apareció, en un tercer local, el cartel de que estaban construyendo una cafetería.
Pasa despacio un coche de bomberos Tenía toda la pinta de una de esas, muchas, que aparecen en el centro de las ciudades, de las de café con dibujito floral, frutas cortadas en vaso, frases motivacionales en los lados y una macetita de plantas de plástico en cada mesa. No pegaba con esa calle, pero nunca pegan, en realidad, esos lugares de formica con la verdadera esencia del ser humano antes del primer café. Curioseado por la novedad me asomé a la cristalera, a falta de detalles, estaban casi acabando la obra, como si, más que construirlo, lo hubieran sacado entero de un molde para encajarlo en el local. Unos escolares cruzan la calle Ya que tenía que pasar, al dictamen de Sam, tan a menudo, decidí que sería, en cuanto abriesen, en su pequeña terracita de dos mesas, donde tomaría algo mientras esperaba a que el perro hiciese sus cosas de perro. Así que, casi sin querer, me quedé pendiente de que, definitivamente lo abriesen Una mujer elegante ve películas de crímenes Hace de esto seis meses y el local, sigue sin servir cafés. Se ve, por el cristal, actividad en el interior, un tipo en una mesa toquetea cuadrículas de Excel, Una muchacha saca cada mañana las mesas de la terraza y las mete cada tarde. Unas cafeteras carísimas y vírgenes detrás del mostrador y una bandeja de bollos que son repuestos cada día. Todo menos clientes. Una vez me decidí a tratar de entrar y me dijeron que seguían de obras, que abrirían pronto. Hace también de esto, al menos tres meses. Un hombre tiene un infarto Preguntando a los del taller, de quienes me he acabado haciendo amigo, me dicen que es un local fantasma, que nunca pretendió ser cafetería aunque lo aparente. Que, con ese alquiler, esos permisos y esos gastos de personal, alguien millonario blanquea dinero obtenido de otras semillas que no son de café. Que así seguirá el tiempo en que una inspección le obligue a cerrarlo y buscar otro local trampatojo. Que nunca habrá corazones de espuma de leche.