Diario de León

LA LIEBRE Álvaro Caballero

En modo avión

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A estas horas, ese teléfono no suena. No da llamada siquiera después de seis años de alertas intempestivas, tonos a destiempo y la obligación de mantener la línea abierta 24 horas. Se silenció el domingo pasado, después de que su titular durante este tiempo soplara 70 velas, sellara la jubilación y se regalara el lujo de poder poner en modo avión el móvil. Con el dispositivo en silencio, ajeno a todo el ruido que envuelve su entorno, Faustino Sánchez hizo mutis por el foro con la misma elegancia, discreción y diligencia que ha ejercido el puesto de subdelegado de Gobierno. Ni una salida de tono, ni un solo enfrentamiento con ningún representante político, con independencia del partido, ni una reclamación vanidosa de protagonismo. Todo un modelo de servicio público para sonrojo de los predecesores y vergüenza de los compañeros del PSOE que entienden el ejercicio del poder como una barra libre para la venganza y el sectarismo.

Como sucede con los árbitros, deberíamos encontrarle el valor a los políticos por el hecho de que no se hable de ellos. En seis años, a Faustino Sánchez apenas se le ha oído en los medios, ni se le conoce en la calle. Su nombre común se ha camuflado detrás de la labor ordinaria de una institución que anteriores subdelegados convirtieron en un escaparate de exhibición egocéntrica para engordar ambiciones más altas. Sin aspiraciones, su labor consistió en cambiar la concepción de trampolín de la Subdelegación de Gobierno por la de consultorio. Médico de familia, aplicó el juramento hipocrático al cargo político convencido de que la función pública se centra en guardar los principios de no hacer daño, velar por el bienestar común y no discriminar a la hora de tratar los problemas. Estas normas le sirvieron para dar un diagnóstico a cada alcalde, concejal, colectivo o ciudadano que pedía el arreglo de una carretera, el remedio a una traba burocrática o la solución para la falta de internet. Si no se podía, decía que no se podía, pero intentaba hacerlo, como reconocen quienes pasaron por su despacho, despojado de los clientelismos con los que los partidos parasitan las administraciones. No despachaba a nadie con la promesa de que haría algo que sabía que no podría cumplir, ni hacía de pantalla para los superiores de Valladolid y Madrid con sumisión bobalicona. Se va el sanchismo que merecía la pena. Nos quedamos con el otro, fuera de cobertura.

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