Para vos, princesa
C arta os escribo, alteza real, tentado a la idea de Pérez Reverte hecha libro con treinta epístolas que os han dirigido políticos, escritores y periodistas, aunque a estas alturas ya debéis estar hasta el moño (qué bien os sienta) de consejos o instrucciones para manejar el mecanismo de lo principesco o el motor de dos tiempos que renquea bajo el trono real que heredaréis, sin duda, pues el ¡España mañana será republicana! se aplaza a pasado mañana, y por la noche... hoy este país no tiene el coño para esos ruidos... y perdonad el román paladín y la grosera expresión, pero como ya debéis conocer la jerga de academia militar, tampoco os escandalizará oír coños en el país de la Bernarda; peor y ridículo es llamarlo tipití en una España bocadehacha que deberíais suponer a poco que sean sinceros vuestros instructores.
Seréis reina. Para ello os trabajan. Pero aún se ve lejos el día. Paciencia, no hay prisa, haceos desear. Y recordad que la última fue Isabel II (o sólo a medias María Cristina), Isabel de Borbón, la «de los Tristes Destinos», «reina castiza». Y su hija, la infanta Isabel, apeada del trono por ley macha, fue «La Chata» que reinó en el corazón del pueblo mejor que su hermano verbenas, Alfonso XIII, vuestro tatarabuelo entregado a la tendencia borbona de no cerrar bien la bragueta. Toda esa historia pasada (y la de más acá), doña Leonor, os viene en el cargo que estáis obligada a reparar con nuevas virtudes... ojo, enfrente está la España gibada que sospecha de toda corona por venir de la gracia de Dios (qué gracioso) y no de urnas. Aun así la cosa, se espera mucho de vos, pues para caer bien a una sociedad cada vez más compleja tendréis que ser bastante feminista, no poco ecologista, tela vegetariana (ya mamá os da caldo verde), algo sostenible, transversal a modo, un poquito rojilla y menos aristócrata, solidaria, humanitaria, oradora, multicultural, modelito, diplomática, cultivada... y casaros no con cualquiera. Quieta pará. Mucha carga. Cruel destino. No sé. Yo, de vos, me piraba lejos, dejaba el chollo a la infanta Sofía y así se le curaba lo segundón y su menor gracia.