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La propuesta del encuentro online era sencilla. Solo tenía que acceder al link que me había enviado el organizador, y los participantes me irían haciendo preguntas que yo debía responder. El plan, como digo, era sencillo, sin embargo, a pesar de todo lo que hemos avanzamos en comunicación en la pandemia, por mucha tecnología que nos facilite cualquier conversación a distancia, aquella tarde la cosa se complicó. Con la primera pregunta, empecé a hablar mirando a la cámara del portátil como si fuera los ojos de mi interlocutor, pero cuando apenas llevaba un par de minutos, la sensación de irrealidad fue tal que empecé a pensar en George Orwell como si fuera un ojáncano y trastabillé. ¿A quién estoy hablando sino al borde de la tapa de un portátil? Busqué entonces los ojos de un interlocutor real en la pantalla, pero en vez de eso, me topé con mi propio reflejo. Y solo ahí logré retomar el hilo, cuando empecé a hablar mirándome a mí misma. Cada época tiene una metáfora que lo define, y la nuestra está en ese líquido amniótico en el que flotan nuestros intentos por comunicarnos como si las pantallas fueran estanques. Me pregunto dónde miran cuando hacen una videollamada desde su móvil, ¿miran a la cámara que les dirige directamente al iris de quien los escucha, o se miran a sí mismos? Lo digo porque ahora que estamos inmersos en un tiempo de represalias diplomáticas y que entenderse se ha convertido casi en una cuestión de estado, no sé si estamos acostumbrados a hablar a alguien que no sea nuestro propio reflejo. El presidente argentino, Javier Milei, es lo que hace; quiere imponer su propio código de comunicación invalidando lo límites del decoro institucional, la lógica democrática y hasta la pose política. Ante semejante interlocutor, y más allá de lo cuestionable que es legitimar según qué arengas, me pregunto qué miraba el Gobierno de España cuando le ha tocado responder, ¿mira los ojos del personaje o responde mirando su propia proyección en la pantalla? Aquella tarde, durante la reunión online, pasé de ‘1984’ a caer en el mismo estanque que Narciso. Y ya saben lo que le pasó al guapo del mito, que se ahogó en su propio reflejo incapaz de dejar de mirarse a sí mismo. ¿Se imaginan que en vez de diplomacia entre países hubiera cámaras ante las cuales los líderes se expresaran como si fueran los ojos de los ciudadanos? ¿Se imaginan que esta pregunta fuera un futuro distópico como el que proyectó Orwell y no la realidad en la que ya vivimos? Cada época tiene una metáfora que lo define, ojalá la nuestra fuera la sofisticada aplicación de unos párpados abiertos.

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