Diario de León
Publicado por
CORNADA DE LOBO
GARCÍA TRAPIELLO

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Que una orquídea se despampane en cualquier lugar tropical no es noticia. Pero que veinte de las veinticinco mil variedades de orquídeas que hay en este planeta nazcan silvestres y sin jardineros a la vista en este León de clima hostil, sí que parece admirable. ¡Veinte!, del páramo pedregal a la montaña donde ajusticia el hielo. Pero aquí no se despampanan, moderan su alarde, saben que León —y más lo leonés— exige acazurrar la figura y no descollar mucho: «Clavo que sobresale invita al martillo», ¡agazápate tras la sebe, Colás! Pero la modesta menudez de la orquídea cazurra no escatima el espectáculo, incluso el prodigio, como esa que florece en Carucedo esculpiendo una abeja en mitad de su cáliz para que vengan otras a menearle el chirri-estambre al polinizarla.

Orquídeas aquí y allá. Discretas. Desconocidas y, por tanto, no apreciadas. Eso las salva. Crecen en suelo arcilloso, en laderas, praderías o campas cervunales. Todo lugar de este mapa leonés tiene su orquídea. Y si la pasta una vaca montesina o la rapucha una cabra montaraz, las dos se vuelven poetas haciendo rimas con la esquila o la cencerra. Y es que la orquídea contagia sentimientos. Vaya que sí. Salta a la vista que es una flor apasionada y sensual, aunque más que sensual es sexual, muy sexual, a veces hasta recreándose en obscenidades tan realistas que no dejan nada a la imaginación. Esa llamativa belleza -más escandalosa y lujuriosa si fueran caribeñas estas de aquí- la moldeó cada orquídea en milenios de evolución tan sólo para garantizarse sexo, esa es la única razón de que cada variedad se haya esmerado en anunciar desde bien lejos su tentación como descarada exhibicionista dando gritos de colores vivos y pavoneando formas o dibujazos para que la fecunden. Y si no lo hiciese una abejita, sino un abejorro rudo pero bailón, mejor que mejor. Naturaleza sabia. Al amor se va por la vía de la belleza... y del ritmo. Y la que no esté arregladita y galante, ¡a la cama sin cenar!, hale, y a leer «Los polvos de la Madre Celestina». Así es la vida: algo orquídea... y algo efímera.

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