No hace falta más
Respecto a la primera lectura consciente de un libro, refiere Enrique Vila-Matas la de un vecino de su barrio, para quien esa lectura fue única en todos los sentidos. Le contó que solo había leído un libro en su vida, uno de aventuras de Jack London. Le pareció tan absolutamente insuperable que decidió no leer ningún otro, ni siquiera de London. «Para qué», se diría, «si seguro que será peor». La anécdota tiene toda la pinta de ser una de esas bolas entre metafísica y metaliteraria que son especialidad del sentido de la prestidigitación narrativa de Enrique. Mejor. Como dice el director del periódico en el final de El hombre que mató a Liberty Valance a su reportero, si de una historia hay que escoger entre publicar la verdad o la leyenda, imprime la leyenda.
Algo parecido, todavía a menor escala de cata lectora, me pasó hace mucho tiempo con un amable conocido, un panadero que tenía conmigo frecuentes detalles. Le parecía de una peculiaridad extraña que yo fuera escritor, le llamaba la atención. Una vez me dijo que le gustaría leer un libro mío. Lo expresó de un modo desiderativo como si estuviera tan fuera de su alcance como ir a la Antártida o pasar la noche con Monica Bellucci. Por supuesto, no le solté la ordinariez de que se podía entrar en las librerías e incluso comprar libros en ellas. Le di uno de relatos que había publicado ese año y, dedicatoria incluida, le hizo ilusión.
Unas semanas después, me dijo que el libro le parecía buenísimo. Me explicó que solo había leído la primera página del primer cuento, pero no le hacía falta leer más (era fácil deducir que esa era su intención) para estar seguro de que las 343 restantes estaban a la misma altura de calidad.
En el apartado de adoración urbana ombliguista, también se dan arrebatos de fe totalizadora. Conocí a un sevillano que nunca había llegado más lejos del vecino pueblo de Dos Hermanas y sin embargo estaba convencido de que su Sevilla era la ciudad más bonita del mundo. Su certeza se sustentaba en un razonamiento axiomático: era imposible que pudiese existir en lado alguno ciudad más bella, no era concebible, ni siquiera imaginable.
En su cuento El otro (perteneciente a El libro de arena, que es de 1975), Borges dice de Argentina: «Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos». ¿Qué diría de la Argentina de hoy? Y por nuestros lares, Unamuno dio pábulo a las ínfulas de los villanos con aquel verso suyo del poema Hoy te gocé, Bilbao . El que afirmaba: «El mundo entero es un Bilbao más grande». Hay quien lo cree de verdad.