CANTO RODADO
Las escuelas de León
Cuando Luis Bello llegó a León en su viaje por las escuelas de España, allá por los años 20 del siglo XX, quedó asombrado por la belleza de la alameda que se extendía desde Benavente a la capital por la «región alegre, muy cultivada, a orillas del Esla». Pero lo que a Bello le maravilló fue la devoción que los leoneses tenían por la educación y la gran cantidad de escuelas que había este rincón del noroeste.
«En algunas partes, las casas son de adobe, puro barro; es decir, pura pobreza. Y en todas ellas los niños van a su escuela hasta los doce años. Ellos y sus padres quieren... Quieren. Basta esa palabra en honor suyo». «Entre cuatro paredes de barro y un techo de paja, sin salida de humo, dan la cifra más honrosa en estadísticas escolares», escribió.
Ligado a la Institución Libre de Enseñanza y miembro ‘raro’ de la Generación del 98, este abogado de ideas liberales quería conocer el estado de la educación básica bajo la dictadura de Primo de Rivera. De León se dirigió a Villablino en coche de línea por el río Luna, en «un viaje de los más atractivos que pueden hacerse en España», añade en sus notas tras echar un buen rapapolvo al Ayuntamiento de León y el Estado —que se pasaban la pelota de las «jurisdicciones»— por el abandono de sus aulas. Las escuelas eran para Bello «canteras de ciudadanía», la esperanza de un futuro más digno y con mejores oportunidades para la gran masa de desheredados. Ha pasado casi un siglo y parece que la historia resuena en una actualidad lacerante. La Junta de Castilla y León ve desplomarse la escalera de emergencia de un instituto en Ponferrada sobre 15 adolescentes y su presidente envía cariño a los heridos, mientras se sacude toda responsabilidad con la complicidad de su burocracia y de una Junta de Personal que desvía el problema al Ayuntamiento de León. Las «jurisdicciones», ya saben; esa guerra de competencias que retrata la incompetencia política; esa dejadez es el plan perfecto para el asesinato de los servicios públicos.
La pregunta
El estado lamentable del edificio de Infantil del colegio La Palomera es la imagen vergonzosa (y dolorosa) del acoso y derribo a la escuela pública. Se cae a trozos y no hay plan de obra. Un abandono no de meses, sino de años, y un silencio que no se logra entender. ¿Dónde está la dirección del centro? ¿Y el consejo escolar? ¿Y la inspección educativa o loss responsables de salud laboral? ¿Cómo han podido aguantar las familias? ¿Y el profesorado? Tengo que recordar a Calimeria Montiel Marcos, maestra y periodista de los albores del siglo XX, que sacó a los niños y niñas de un aula ruinosa e invadida de ratones en Jabares de los Oteros, dio clase en el atrio de la iglesia y escribió un artículo memorable de denuncia.
La democracia, sin implicación, se desploma. Pronto el Millei de turno nos diga: «Familias pelotudas, esto os pasa por no llevar a vuestros hijos a la privada», como dijo de los ancianos que murieron en las residencias durante el covid.