Diario de León

Hojas de chopo Alfonso García

Lecciones, ninguna

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« A lo que don Quijote, sonriéndose un poco: —¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espante de leones!» ( Don Quijote de la Mancha , 2ª parte, capítulo XVII).

Quizá sea la estructura, acaso la ironía retórica, puede que hasta el narcisismo galopante e invasor. Lo cierto es que me llega al pensamiento este pasaje cervantino cada vez que algunos políticos suben al estrado o convierten en estrado cualquier ocasión. «¿Lecciones a mí?», se preguntan sin esperar respuesta. «¿A mí lecciones de tales tipejos?». «Lecciones de democracia a nosotros, ninguna», donde ese nosotros, entre mayestático e impersonal, revela el sentido de pertenencia o aspiración a los corrales del poder. La política no solo no imprime carácter, como si fuera un sacerdocio laico, sino que está sometida a todos los vaivenes de la condición humana, el aprendizaje entre ellos. Más para aquellos de pensamiento plano que necesitan muchísimas lecciones, salvo que la soberbia lo impida. La vida es un continuo aprendizaje enriquecedor para todos. Los réditos políticos no están en estas coordenadas. El rechazo es un acto más de estrategia y de soberbia sin límites, un fingimiento ético de primer nivel: si todos se dan lecciones de democracia es que son conscientes de que la democracia no parece lección bien aprendida. No es, desde luego, que nos dejen votar cada cierto tiempo. Por eso es necesaria la reflexión para frenar esta enorme deriva de la tontería como sistema, sin incidencia práctica, una de las formas de la pérdida de tiempo. Todos aprendemos de todos, si se permite la sabia lección de saber escuchar.

Soy consciente de que toda generalización es injusta y desproporcionada. Pero también de que necesitamos con urgencia líderes que antepongan los intereses del sistema a los suyos propios. Y, a decir verdad, nuestro panorama es bastante desolador en este sentido, seguramente provocado por los corrales del poder: grupos cerradísimos, de difícil acceso y espíritu camaleónico, que aplaude cerradamente a los que dominan a cambio de permanencia: sirven para todo, aunque sirvan para poco. Van de oca a oca dando tumbos ridículos y no sienten vergüenza. Todo les viene bien, atornillados a cualquier cargo sin inmutarse, guerras internas al margen, con tal de permanecer en el poder establecido el tiempo suficiente. Lo demás, seguramente lo más importante, pasa a un segundo plano.

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