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EL MIRADOR
Lorenzo Silva

Romper la solidaridad

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Desde hace alrededor de una década, el proyecto común de los españoles está atascado por culpa de una pretensión que, bien mirada, tiene poco de democrática y bastante de pueril. Se resume en la voluntad de ciertos sectores nacionalistas, sobre todo en Cataluña, de imponer al resto una ficción espectral: que una sociedad democrática consolidada puede trocearse con el solo requisito de montar un referéndum en el que en una parte de su territorio la mitad más uno de los votos emitidos así lo respalde. Lo que quiere decir, en suma, privar de derechos de ciudadanía a los discrepantes de ese territorio y a todos los que, viviendo en otros territorios del mismo país, se convertirían por ese expediente en extranjeros. La naturaleza antidemocrática del empeño es evidente. La puerilidad consiste en creerse que esa parte de una parte podrá obligar al todo a acatar su designio.

Para salir al paso de estas simplezas resulta conveniente la lectura de un libro recién aparecido, Condiciones de la secesión en democracia , que reúne ensayos de los profesores españoles Alfonso López Basaguren y Francisco Javier Romero Caro y del diplomático canadiense Stéphane Dion, antiguo ministro de su país y redactor de la llamada Ley de Claridad, donde se reguló el procedimiento para la eventual secesión de Québec. Es útil su lectura, en primer lugar, para atajar las múltiples invocaciones interesadas de ese modelo: precisa Dion la excepcionalidad de la constitución canadiense al permitirlo, y que la ley no sólo da cauce a expresar en referéndum una voluntad clara en favor de la secesión, sino que también prevé que esa respuesta clara sólo daría lugar a una negociación compleja que podría —de hecho, sería lo más probable— no desembocar en la secesión, a menos que se salvaguardaran todos los derechos afectados por ella.

Como sostiene Dion, ante el reto soberanista lo que nos ha faltado en España es un discurso que lo contrarrestara no sólo con la aplicación de la ley, sino por la vía de «realzar los puntos fuertes del país, poner de relieve su diversidad, velar por el buen funcionamiento de sus instituciones comunes, disipar los mitos infundados sobre él, dejar claro que la secesión unilateral es una imposibilidad jurídica y práctica y aclarar las graves dificultades y consecuencias de una secesión debidamente negociada». En definitiva, hacerles ver a los ilusos y a los inconscientes que en democracia la secesión equivale, en palabras de Dion, a «pedir a los ciudadanos que rompan la solidaridad cívica que les une».

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