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Nubes y claros
María J. Muñiz

El voto, refugio frente a la polarización

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Es uno de los signos de este tiempo. Y no sólo en política. La polarización impregna la vida pública y contagia buena parte de los comportamientos sociales en general. Lo hace en su faceta más grosera y burda, desde el posicionamiento radical que sólo entiende la diferencia a través del discurso del odio a lo que no se comparte. Para argumentarlo, no se escatiman recursos a la hora de denostar a los demás, a quienes expresan convicciones distintas. Si la cuestión se lleva a la comunicación de masas, se refuerzan las campañas de desinformación, se abona el campo de la mentira intencionada. No se cuestiona, se entiende que cada parte presupone que la cosa es cierta o no en función de sus prejuicios, y no hay más que debatir. De ahí a la desconfianza hacia todo y hacia todos hay un paso. El que ya se ha dado, con muchos interesados en que no haya vuelta atrás.

Como suele ocurrir, la minoría peleona, intransigente y gritona se hace oír. La mayoría prudente, no por ello menos convencida de sus principios, opta a menudo por callar y seguir adelante, para no alimentar el girigay que va por la vida de apisonadora de congéneres. Las tribus que creen (equivocadamente) que imponen sus reales refuerzan así sus egos y se encierran más y más en la necia sordera de todo cuanto no acune sus dictados.

La realidad es que hay una mayoría aplastante que rechaza el enfrentamiento personal, pero no está dispuesta a dejarse avasallar. Y el voto, como al que estamos llamados mañana, es la mejor manera de dejar clara la única actitud que tiene consecuencias reales. Si se quiere se ejerce desde el silencio, desde la intimidad y desde el anonimato. Pero ahí queda claro qué se piensa, qué se quiere y qué se apoya.

Ahora votar, pero en general participar de la forma que se prefiera en cuanto nos acontece, es la forma de plantar cara al totalitarismo estruendoso con el que se nos fumiga. El partidismo siempre ha existido, y son las diferentes formas de interpretar lo que ocurre lo que impulsa el avance social. Pero esta diferencia se ha vuelto tan grosera que amenaza con no entender distancias que no se asienten en la hostilidad. El discurso del odio, dicen, gana terreno. Quizá no tanto como pretenden. Pero es como la metralleta de Gila que no tenía balas. No mata, pero desanima. Bastante, la verdad.

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