El pobre malvado
Nadie podría asegurar si Paco el malo era malo de nacimiento, debido, únicamente a la ponzoña que corre por sus entrañas o era malo porque nació con cara de malo, con frente abombada, orejas puntiagudas, cejas de pico y, en general, cara de malo. A Paco probablemente, solo le quedaba, con esa cara, la opción de ser malo y era malo. Un malo de manual que vivía, por supuesto, en un torreón de un castillo, acariciando un gato, se había dejado las uñas largas y se reía abriendo muy fuerte la boca para mostrar dos colmillos bizcos mientras apretaba un botón para que sonase un trueno sincronizado.
Paco lleva toda la vida preparándose para ser malo. No quiere ser uno de esos malos ‘one-hit wonder’ que sólo hace una maldad y ya vive de las rentas de ella el resto de su vida. Los malos que son puristas, como Paco, desprecian a esos malos que, en realidad, sólo explotan un estilo del mal. Igual que desprecian a aquellos que son famosos por su maldad. Porque, obviamente, la maldad debe ser taimada, oscura, anónima y debe hacerse únicamente por el regusto que da el mal. Entre la élite, en la que se siente Paco, Hitler es exactamente el ejemplo de lo que un malo esencial, más desprecia. Un mal malo.
Paco está ahora haciendo un máster en nuevas tecnologías y redes sociales. El malo bueno no debe jamás quedarse atrás. Los métodos tradicionales de la ruindad deben ser estudiados para poder entender las raíces de todo. No hay disciplina completa sin conocer su historia. Pero el malo debe saber estar a sus tiempos y no quedarse obsoleto. Por eso, a pesar de lo que le gustaba, ha renunciado hace años a rayar puertas de coche con una llave, a llamar a telefonillos sólo para molestar o a quitar señales de tráfico de las rotondas.
Son clásicos que jamás dejarán de gustar, claro, pero son tan satisfactorios que uno corre el peligro de quedarse estancado en ellos y no crecer.
Su padre se lo decía siempre: «Paco, hijo, si tu quieres ser malo yo no te voy a quitar la idea de la cabeza, pero, de lo que seas, tienes que ser el mejor, nunca seas un número más: el mejor. ¿Que quieres ser malo? Pues el mejor malo. Pero vamos, que como si me dices fontanero...» El padre de Paco, el malo, era muy bueno. Por eso Paco nunca habla de él con su gente, porque, claro, en su entorno esas cosas que hacía su padre no se iban a entender. Paco quería a su padre, ahora trata de no pensar en él porque su vocación temblequea si se acuerda de que le quería, vaya por Dios, porque era buena persona.
Paco queda a veces con un grupo de malos que conoció en un foro de maldad. Que no son sus amigos por lo mismo, por la excesiva buena reputación que tiene la amistad. ¡Así que quedan, se lo pasan bien, se ríen pero se aseguran siempre de, al despedirse, decirse insultos, humillarse, hacerse zancadillas y reírse mientras señalan al caído con ruidos nasales desagradables unos contra otros. No fuera a ser cosa.
Hay domingos que Paco se aburre, no le complace ni poner la tele muy alta para molestar a los vecinos, ni pedir un Glovo y poner mal la dirección, ni siquiera insultar a gente en redes sociales. Hay domingos en los que Paco, el malo se siente sólo, incomprendido, miserable, triste. Y, por supuesto, esos son los mejores domingos de su vida.