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Publicado por
Ana Gaitero 
León

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Eres una romántica», me dijeron cuando conté que iba de viaje a Ponferrada, al parecer, con tanto entusiasmo como quien va a explorar al otro lado del mundo. Y pensaba yo, ya de regreso, que lo importante de un viaje no es tanto el destino geográfico sino el mapa emocional, esos puntos cardinales que nos marcan los encuentros y las personas con las que compartiremos el periplo.

De viaje a Ponferrada llegamos hasta el Carbonífero, a la historia del carbón y de las luchas mineras en un singular paseo por el pozo Julia de Fabero. Desde lo que fue la calefacción de España y punta de lanza de la mecanización minera al Bien de Interés Cultural (BIC) que es ahora junto con el pozo Alicia, el pozo Negrín, el poblado de Diego Pérez y el Hospitalillo. Un viaje apasionante al corazón de un lugar donde allá por el año 2001 vi salir a los últimos mineros de las minas subterráneas que habían empezado a explotarse en 1843. El pozo Julia, nombre de alguna mujer cercana a quien denunció las concesiones, ahora guarda la memoria de una era tan dura como épica. De no menos envergadura debió ser la vida en un poblado astur de la segunda edad del Hierro, que se conserva en forma de cazoletas de piedra el Castro de Chano en el valle de Fornela. Da vértigo pensar en este salto de eras. Un viaje largo en una mañana y una tarde con el primaveral paisaje berciano como túnel del tiempo real y pasado. Desde el pasado nos transportamos, sin avión, a Perú con los sabores del Huarique molino de Vega de Espinareda para celebrar los felices 60 —siempre en la era pop— de una gran amiga. Tras una noche acunada por el rumor del río Cúa, no es fácil despedirse de El Bierzo. Descendimos lentamente desde la montaña a la olla por una carretera serpenteante desde la que se contempla el pueblo de San Juan de Paluezas, atalaya de astures y guerrilleros antifranquistas, vigía del gran valle. Mirando a la espectacular dama de La Guiana desde los viñedos del Palacio de Canedo nos hicimos a la idea de que todo tiene su final.

Frente a la «venganza turística», que arrecia tras el encierro del covid, viajar a Ponferrada, al Bierzo, o a cualquier rincón de León, puede ser una aventura. Si vas en tren a Ponferrada, por los retrasos y las paradas de espera en estaciones vacías, y porque en la lentitud de la rampa, el olvidado tramo ferroviario no ya de la Alta Velocidad, sino de la dignidad, se abren ventanas a insólitas estampas de las que hablaré otro día.

Dicen que en Europa se viaja cada vez más, pero a la vez hay gente que ha dejado de viajar por reparos a las emisiones de CO2 de los aviones, a la explotación laboral de los trabajadores y trabajadoras del sector turístico o simplemente por la reacción de sus cuerpos ante el estrés de los largos trayectos. Este domingo vamos a sacar un billete para un nuevo viaje por Europa. Elegir bien el destino (servicios públicos, igualdad y solidaridad) es crucial para nuestro futuro.

¿Necesitamos viajar lejos y consumir mucha energía para tener la permanente sensación de aventura?