Solo a sorbitos
Sigo leyendo a Antonio de Valbuena (1844-1929), el leonés que fue uno de los críticos literarios más seguidos en España, junto con Clarín. Lo degusto en pequeñas dosis, su mala leche es indigesta en atracones. Como ya les he contado aquí, tenía fijación con la Academia de la Lengua y su duodécima edición del diccionario, publicada en 1884, que consideraba engendro diabólico de despropósitos, a cuyo exorcismo dedicó numerosos artículos, publicados en El Imparcial y luego recogidos en libros. Les trascribo un fragmento de su zarpazo a la voz asno:(…) como quiera que los burros no se sientan nunca, bien pudiera descubrirse una profética alusión a los académicos, que pasan lo mejor de la vida sentados». Y remataba: «Y acaso por lo mismo mi egregio paisano Juan de Arfe pudo llamar con aparente injusticia al asno, animal simple y perezoso». Era animal y racional a partes iguales. Le leo con mucho interés… pero, en efecto, a pequeños sorbos. Su vitriolo no admite cucharadas soperas. Me angustia pensar en aquellos pobres académicos, debieron de quedarse sin improperios que lanzarle; y eso que tenían el diccionario a mano, y a este pobre llorando por los pasillos de la Academia, acoquinadín, sin atreverse a salir a la calle. Esto Cela lo hubiese resuelto con un intercambio de sopapos, pero todavía no había nacido ni se le esperaba.
Esgrimía Valbuena acerca de la voz cabronada: «debían ustedes de haber puesto como primera acepción la de comprar el Diccionario de la Academia». Según él, la institución coceaba lo que debía proteger. Y se dedicó a cocearla a ella. «Anímese usted, señor duque de Veragua [responsable de Fomento] a disolver la Academia. Ningún ministro más a propósito que usted, que es ganadero». Uffffff. Además, muy prolífico. De chispa faltosa, mencionaba con frecuencia a León. Su seudónimo era Miguel de Escalada.
La mala leche ha de ser espontánea, como el taco que gritas cuando te pisa un elefante. Muy elaborada pierde las proteínas. Me caen muy bien Valbuena, pese a sus excesos con la horchata. Supongo que era su forma —errónea— de pedir reconocimiento y de autoprotegerse, de los enemigos reales y de los imaginarios. Muy español, en esto. Les iré contando, pero a sorbitos.