Aceras motorizadas
Al gobierno de la ciudad se le podrá tachar de lo que sea, menos de no ser igualitario en la distribución de penas derivadas de su tozuda utopía de tráfico. En la quimera, entre rural y posapocalíptica, que imagina un León de zapatilla o sin humos, de calmados de tráfico y urbanismo táctico, que es un cortoplacismo de minúsculas metas, no hay zona que no tenga su propia penitencia. En el centro crecen las calles peatonales y en los barrios, los ralis entre rotondas, los aparcamientos disuasorios y las aceras motorizadas. Desgraciadamente, creo que no hay estadísticas de atropellos de acera ni constancia de que en ellas la velocidad esté limitada, porque ponerle coto sería admitir que se circula y, como los avasallados por bicicletas y patines eléctricos saben, todas sus contusiones son imaginarias. No fueron atropellos, sino tropiezos. Usted ha tropezado con un vehículo y al dueño del patinete igual hasta le preguntan a qué velocidad venía ese peatón. «Iba como loco, vea cómo quedaron los ruedines, señor agente, levante atestado». A los paseos ya conviene no salir sin seguro a terceros.
El clásico decía que la ironía es la alegría de los tristes. Pero también suele ser el único modo tolerado de decir lo que no está bien visto socialmente. Que el tabú se rompe mediante el martillo de la sonrisa lo sabían muy bien los comediógrafos clásicos ya en Grecia, aunque la mayoría lo hemos comprendido en «La vida de Bryan» o en las actuaciones de Les Luthiers, algo también en Gila. La exageración puede amenizar y ser una distorsión, pero de algo que existe y está ocurriendo. Si uno pide a la aplicación del ayuntamiento —que no sé si ahora mismo funciona, durante meses no— que se pongan cojines berlineses en las aceras alrededor de la universidad para reducir la velocidad de los vehículos de dos ruedas, seguramente no atenderán su petición, pero deberían tomar nota de la grave anomalía ahí expresada. Si la policía lleva un tiempo gratamente sorprendida con la ausencia de menudeo en las esquinas de los barrios, es porque ahora los camellos son de dos ruedas y atraviesan vespertinos de punta a punta la ciudad. Si al jefe último de los agentes, como tantas cosas del día a día, nada de esto le consta, ¿qué decirle? Existen los perros apaleados, aunque el alcalde no haya visto nunca a alguien dándole una patada a su mascota.