Cuando Robe llamó a Pacho
No es igual, no, que te llame el cacique provincial o autonómico para ciscarse en todo el árbol genealógico, por parte de papá y mamá, que sea Robe el que levante el teléfono; Robe, Robe Iniesta, ese que conoce todos los recovecos del alma ajena a base de dar paseos interiores por la suya, antes de asomarse a las tierras para el águila y páramos de ascetas... Lo de tener el teléfono estalló como una burbuja en el periodismo cuando el destello de las redes sociales estuvo a punto de apagar la estrella de las confidencias. Con el joven Pau lanzado ya al espacio sideral del basket, y los representantes que acudían como moscas al pastel, un agente de jugadores se acercó a un grupo de periodistas, por si alguno tenía el número de Gasol: el 16, espetó el más chisposo. Que Robe tenga el número de Pacho dice tanto de Pacho como de Robe; que lo marque, ya, entra en los dominios del instinto que suele acompañar en este oficio, en el que siempre se camina con la duda de cruzar por el paso de cebra o atajar de dos zancadas a la acera. Pacho sabe, que creo que fue antes algo cocinero que fraile, y pasó de acariciar acordes de cuerda a pianista en esa esquina del fondo a la izquierda, donde se destilan los buenos momentos de las veladas en el pub. Ahora que hay runrún en twitter sobre la interpretación del periodismo en las sesiones de Cultura, se recomiendan algunos pasajes en las cuartillas traseras de este periódico; o delanteras, según se mire. La tilde de la montaña leonesa empapa igual que el tono de la escuela gallega cuando mojas los pies en los renglones de Cunqueiro. Que Robe llame a Pacho dice tanto de Robe como de Pacho; no se me ocurre otro capaz de levantarse del teclado al cierre de la edición y presentarse en el escenario con el torso al raso, a buscar una luna después de dejar el appaloosa atado a la puerta del teatro romano de Mérida, mientras la noche de luar orienta a los que prefieren ser antes indios que importantes abogados. Si hubiera salido a contarlo, como cuando Dominguín se topó con Ava Gardner al fondo de la alcoba, se habría jodido esta columna. Pero no. No hay nada más grande que regar el éxito con humildad. Sólo una cosina, Pacho: la próxima vez, pon el manos libres.