Nuevo mapa político de Europa
Las elecciones europeas no están previstas para poner, derrocar o cambiar gobiernos, pero quizás por su ámbito de circunscripción única está demostrándose que indirectamente lo consiguen. La suma global de los votos de todo un país es muy revelador del deseo mayoritario de los ciudadanos, aunque el objetivo prioritario sea la constitución del Europarlamento que en los próximos años será clave en muchas de las decisiones políticas, sociales, económicas y administrativas que nos afecta. Tanto que conforme íbamos conociendo los resultados el domingo, el mapa político de la UE —sin duda la mejor iniciativa internacional adoptada después de las grandes guerras pasadas—, comenzó a cambiar. Quizás sería mejor decir a actualizarse. El primer caso que ya nos sorprendió sin siquiera esperar al resultado electoral fue Francia.
La estabilidad en la alternancia de los principales partidos en la gestión comunitaria en Bruselas (conservadores, socialdemócratas y liberales) se mantuvo sin mayores alteraciones, aunque con una preocupación global añadida por la proliferación y el crecimiento de los partidos y votantes de extrema derecha, nostálgicos de los regímenes fascistas, objetores de la integración continental y partidarios del retroceso en el avance de la modernidad, enemigos de la consolidación de las libertades, del sistema democrático que nos iguala y especialmente de la solidaridad y el pragmatismo que justifican las migraciones impuestas por la pobreza y los desequilibrios en la natalidad.
El presidente francés enseguida se dio cuenta de que el triunfo claro de la heredera de la dinastía Le Pen era una amenaza para la democracia. No esperó a conocer los resultados oficiales: decretó la disolución de la Asamblea Nacional. En el sistema presidencialista, que a diferencia del parlamentario que rige en la mayor parte de la Unión, el jefe del Estado es elegido en votación directa. La disolución parlamentaria no le afecta, aunque complicara su reelección.
El auge de los partidos ultras con sus aspiraciones retrógradas ha quedado patente desde Portugal hasta los países fronterizos con Rusia. Además de la consolidación en Italia de Giorgia Meloni, el segundo puesto conseguido por los neonazis en Alemania por delante del partido gobernante socialdemócrata o la dimisión del primer ministro belga, los ultras están proliferando y adquiriendo legitimidad para gobernar. Como en Austria donde fueron los más votados, y alterar con su influencia toda la estabilidad comunitaria incluida su presencia en el Parlamento.
En España la consolidación e incluso el aumento de los dos partidos ultras también despierta una alerta aunque de momento distraída por los efectos de una nueva derrota de Pedro Sánchez, agravada por los descalabros de sus frágiles apoyos como el de Sumar, que aproximan la legislatura cada día más al fracaso a que la tiene condenada la suerte de un presidente experto en sufrir derrotas.