Caerán los gigantes
El aparente final del eterno ciclo electoral, que llevamos padeciendo desde no recuerdo cuánto tiempo, probablemente abrirá la puerta al derribo de las chimeneas de la defenestrada central de Compostilla. El desmantelamiento de las térmicas ha avanzado siguiendo un calendario marcado por el ‘para qué vamos a meternos en líos y si para esto de aniquilar tenemos todo el tiempo del mundo’. Soy de los que aún sueño con que la voladura deje paso a algo alternativo. Eso nos han prometido por tierra, mar y aire. Aunque poco a poco se ha ido bajando el volumen hacia una especie de silencio en torno a las presumibles industrias que iban a cubrir el vacío que deja Compostilla.
Caben todas las quejas. La última al conocerse por enésima vez —los políticos se han acostumbrado a revender hasta la saciedad cada cosa— que en las instalaciones de la mítica Ciuden capturadora de gases —que sigue en el invernadero— se gastará una parte de apenas 350.000 euros de una investigación para buscar solución a los fosfoyesos. Esos que ‘hierven’ en vertederos al sol de Huelva, donde se acumulan decenas de miles de toneladas, con un marchamo de auténtica batalla sobre su efecto en la proliferación de enfermedades letales.
Seguro que eso que ahora apellidan «economía circular» es un fin a compartir por todos. Hay que reciclar. Pero el penúltimo capítulo escrito sobre Cubillos también hablaba, en términos buenistas, de lo que en realidad es ese afán por convertir al Bierzo en una especie de reserva a la que sólo le llegan basureros, al más puro estilo de un Tercer Mundo al que se desvía lo que nadie quiere, incluidos los restos envenenados, literalmente por los metales, de las Gemelas de Nueva York.
La vicepresidenta, que iba a combatir la despoblación y a repartir una transición justa tras el cierre de las minas, se nos escapa vivita y coleando de ‘erasmus’ al Parlamento Europeo. Probablemente Teresa Ribera ha protagonizado otra tomadura de pelo más sobre tantas promesas de bienvenido mister marshall como tragamos de modo recurrente. Me parece admirable el descaro con el que los monaguillos locales bendicen con sus incensarios a semejantes personajes, intentando vendernos que lo que vemos no son molinos que trituran nuestro futuro. «¡Que son gigantes!», nos dicen haciendo alarde de su morro auténticamente... «gigante»...