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No eran precisas grandes dotes adivinatorias para saber que le iba a durar poco el invento a Yolanda Díaz, que no era una utopía, sino un imposible metafísico.

Unir a «la izquierda a la izquierda» del PSOE ya era un objetivo que desbordaba los actuales límites de las capacidades humanas, pero sumarlas, esto es, reducirlas a una misma naturaleza para poder hacerlo, desbordaba, desborda y desbordará los límites humanos y los divinos.

Recuérdese lo que decía, muy seria, la ínclita Ana Botella sobre la imposibilidad de sumar peras y manzanas, si bien procúrese olvidar lo antes posible a santo de qué lo decía. Cuando hace dos años, en mayo del 22, Díaz emprendió el prólogo de su aventura a base de ir de acá para allá «escuchando», ya se vio que, con ese arranque, no iba a llegar muy lejos. En España, como se sabe, nadie escucha a nadie, y pues de lo que se trataba era, en el fondo, que la escucharan a ella, ni ella ni sus interlocutores sumables escucharon lo que tenían que escuchar, la voz de la lógica, que les habría dicho que la dispersión, el fraccionamiento, incluso el escisionismo permanente, es consustancial a la «izquierda a la izquierda», y que en vez de intentar sumar lo insumable, mejor les iría conformándose con llevarse bien y acudiendo en coaliciones a las citas electorales. Los electores de izquierda-izquierda no sólo se lo habrían agradecido, sino que les habrían votado.

En fin, sobre lo que nunca pudo ser, la fantasía de Yolanda, no merece la pena detenerse más allá del correspondiente obituario, pero sí la merecería en relación al coste humano, personal, de meterse uno a hacer lo que no sabe ni puede y con el propósito, además, de que esa intrusión estéril le termine haciendo a uno presidente del gobierno, presidenta en el caso que nos ocupa: a Yolanda Díaz se le ha agriado el carácter. De aquella eficaz y sugestiva ministra de trabajo de la anterior legislatura, capaz de seducir hasta a la CEOE, a ésta que habla con los periodistas en tercera persona, como haciendo de portavoz o de cronista de ella misma, y, total, para decirles que la tal Yolanda se va pero se queda, media un abismo. Por el que se despeñó al pretender sumar lo insumable.