Justicia para Ahmed Tommouhi
Hace más de 30 años, en 1991, dos marroquíes residentes en Cataluña, fueron detenidos por robo y violación de una menor de 14 años en Olessa y juzgados y condenados por éste y por otros hechos similares. Ahmed y Abderrazak —uno albañil, el otro vendedor ambulante— no se conocieron hasta que entraron en la cárcel. Difícilmente podían haber actuado juntos. Siempre negaron ser los autores de esos hechos deleznables.
El juicio estuvo plagado de irregularidades. Ahmed fue «reconocido» en la rueda de reconocimiento por una víctima instantes después de que le pasearan esposado delante de ella en la comisaría. Ni el ADN ni la sangre encontrada en una camisa coincidían con el de los presuntos violadores. Las víctimas decían que hablaban «como en árabe».
Los informes de la Policía Científica de Barcelona nunca llegaron al tribunal que los juzgó. Los peritos tampoco acudieron a declarar a la vista oral y el tribunal no suspendió el juicio. Les abrieron diecisiete causas, les acusaron en ocho y, finalmente, les condenaron por cinco. Ahmed pasó en la cárcel 14 años, 10 meses y 5 días, 5.425 días de encierro.
En 1995, cuatro después de ser encarcelados, volvieron a repetirse una serie de violaciones en cadena en Cataluña. Ahmed y Abderrazak seguían en prisión, pero algunas víctimas los identificaron entre las imágenes de fichados que les presentaron. Poco después, se detuvo a un chatarrero, Antonio García Carbonell, cincuentón, gitano, con un largo historial delictivo. Un guardia civil, Reyes Benítez, que siempre dudó de la culpabilidad de los dos marroquíes se quedó de piedra. Ahmed y Antonio eran idénticos.
Reyes recorrió de nuevos los escenarios y revisó las pruebas y las declaraciones de las víctimas. Los violadores no hablaban árabe sino caló. Los restos de semen que había en la víctima de Olessa no eran de Ahmed sino de García Carbonell, que se negó a confesar. Su informe, incontestable, convenció a sus jefes y a la fiscalía.
El Supremo anuló aquella condena pero los marroquíes siguieron en prisión. «Aparecen datos, decía la sentencia, que nos pueden llevar a la duda razonable, pero no a la evidencia para poder exculpar a los condenados». Eso sí, los animaba a pedir el indulto. Lo hizo el entonces fiscal jefe de Barcelona, porque Ahmed se negó: «el indulto lo piden los culpables y yo no lo soy. Conmigo cometieron un error y todavía lo llevo sobre mis espaldas». Gobierno tras Gobierno, ninguno respondió a la petición de indulto.
En 1997, Carbonell confesó a otros presos que «todas las violaciones que se está comiendo el moro ese de mierda han sido mías». Y los presos lo denunciaron, pero Ahmed y Abderrazak siguieron encarcelados.
Ahmed no salió de prisión hasta 2006 con libertad condicional. Fue entonces cuando tuvo el primer encuentro personal con el guardia civil Reyes Benítez. Su compañero Abderrazak tuvo peor suerte. Murió en el año 2000 en prisión tras un infarto. Cuando fue encarcelado pesaba cien kilos, cuando murió, sólo cincuenta.
Hace pocos años, la víctima reconoció que se equivocó en la identificación. En 2023, el Tribunal Supremo admitió finalmente que un inocente pasó en prisión 15 años. Su salud se ha resentido. Dos de sus hijos y dos nietos le acompañan ahora en España.
Su mujer sigue en Marruecos donde él no ha regresado porque no va a volver sin que le devuelvan su honor. No tiene ingresos ni casa y hasta hace poco no recuperó su DNI y su NIE. Se los quitaron al entrar en la cárcel. Ahora está feliz porque le creen, pero aún tiene dos causas pendientes.
Esta semana, la Asociación de Comunicadores e Informadores Jurídicos, ACIJUR, le ha otorgado a él y al guardia civil Reyes Benítez uno de sus Premios Puñetas. Y ha reconocido también a los que le apoyaron en esta larga y dolorosa travesía, también ejemplares.
Ahmed aún espera justicia. Nadie le ha pedido perdón. Todavía nadie le ha devuelto su honor. ¿Nadie cree que le debemos algo? Duele, duele mucho conocer historias como ésta.