Un Rey para reinar sobre dos Españas (y pico)
L eo y escucho muchos elogios, pienso que merecidos, dirigidos al Rey que conmemora ahora sus diez años de reinado tras la abdicación de su padre, Juan Carlos I. Las encuestas le conceden un bastante alto grado de aprobación ciudadana. Pero lo que temo que no hemos dicho suficientemente es que Felipe VI ha tenido, está teniendo, y tendrá, que ser el jefe del Estado de esas dos Españas (y pico) en continua confrontación. Y ese es, quizá, el conflicto más serio que los españoles, los de las dos Españas y pico, tenemos planteado: estamos lejos de la reconciliación plena, de ese acuerdo básico transversal entre ideologías diferentes que va a caracterizar de nuevo la marcha de la Unión Europea y que parece imposible aquí.
Bastaba leer en la prensa dominical las entrevistas realizadas por dos medios distintos (y distantes) a Pedro Sánchez y a Alberto Núñez Feijoo respectivamente para darse cuenta de que, tras las elecciones europeas, y ante los acontecimientos decisivos que nos vienen, de aproximación, nada. Todo lo contrario: el presidente mantiene su tono desafiante, prometiendo una regeneración democrática y judicial (y mediática) que va más bien ‘contra’ algunos que a favor de muchos, y el líder de la oposición sigue anclado en un ‘no’ que es un rechazo a muchas formas, a no pocos desplantes y olvidos, por parte del Gobierno: esto se va convirtiendo casi en una cuestión personal por ambas partes.
Y en medio, Puigdemont, asegurando (bueno, lo hace Rull, ‘su’ hombre en el Parlament catalán’, que es casi lo mismo) que retornará a Cataluña, esté lo de la amnistía como esté, el día en el que se aborde la investidura del nuevo president de la Generalitat, es decir, dentro de muy poco más de una semana. Para entonces, la guerra entre fiscales a cuenta de si incluir o no la malversación entre los delitos a amnistiar estará aún en el apogeo que se inicia este martes en una ‘cumbre’ de fiscales de sala frente al fiscal general del Estado que tendrá un desarrollo difícil de pronosticar.
Y, para entonces, quizá habrán estallado también las reacciones de las autonomías ante esa exigencia del ‘ala dura’ de Esquerra Republicana: o financiación para Cataluña ‘como la del País Vasco’, o sea, diferente a la de las otras autonomías, o no habrá apoyo a la investidura del socialista Illa ni, seguramente, a la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa. Plantean los republicanos una transformación, esta de un ‘concierto económico peculiar’, que es de calado y que, sospecho, Sánchez (e Illa, claro) habrán de aceptar si quieren mantener, paradójicamente, el delicado ‘statu quo’ hasta aquí imperante.
Me pregunto, así planteadas las cosas, sobre qué apoyos se basa la solidez de la forma del Estado: cierto, si el PSOE no respaldase a la Monarquía, con toda la tibieza que usted quiera, esta habría caído ya. Pero no menos cierto es que los aliados en los que se sustenta(ba) la mayoría sanchista en el Congreso empiezan a desmoronarse, y esa mayoría es inequívocamente no solo republicana, sino claramente hostil a la figura del Rey. Seguramente tendremos ocasión de comprobarlo nuevamente en las próximas horas, cuando en Madrid se celebren actos demasiado oficiales de homenaje y respaldo a ese buen monarca que es Felipe VI. Quien, por cierto, se vio obligado a firmar esa ley polémica, pringosa, peligrosa, que es la amnistía: que algún ignorante exaltado, recién llegado a la paradisíaca condición de europarlamentario, vocifere que, por haber estampado esa firma, el jefe del Estado ha de abdicar, solo es una muestra de hasta dónde llegan las aguas torrenciales, demenciales, embarradas, que anegan las tierras de estas dos Españas y pico.