Diario de León

CUERPO A TIERRA
Antonio Manilla

Buzones de ideas

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No está mal traído del todo lo de los concursos de ideas. Uno antes pensaba que menudo rostro tan duro tenían los gobernantes, que ni visiones propias traían al cargo, pero luego me di cuenta de que casi ningún ciudadano emocionalmente estable puede concebir algo tan absurdo que no se le haya ocurrido ya a algún político profesional antes. Así que, si sobre ese aluvión de proposiciones que llegan a los buzones se deja seleccionar las propuestas viables a peritos y no meten la mano concejales o diputados, igual hasta puede resultar bien este tipo de procedimiento más bien indolente. Continúa sin parecerme del todo ideal el método consultivo, primero porque los políticos son el personal que elegimos entre todos —y mira que se gasta dinero en ello—  para pensar sobre los bienes públicos a tiempo completo y los demás lo hacemos en nuestros ratos libres, y, segundo, porque ya sabemos cómo se orquestan ciertas campañas en las redes, pero con el factor de corrección de un enfoque puramente sensato y técnico acaso pueda funcionar. Vamos: que me fío más del pensamiento a tiempo parcial de los ciudadanos que de las ocurrencias que puedan imaginar los políticos que convocan un concurso de ideas para tener mejores ideas, que es lo mismo que reconocer que no confían demasiado en las suyas o que están bastante apáticos en la ingrata tarea de ejercer un poder inesperado. Apáticos como si fueran candidatos socialistas a la comunidad de Madrid y alguien les hubiera obligado a presentarse, vamos, para entendernos todos.

Lo único malo de este procedimiento es que, aunque se suele vender como el «summum» de la participación, en realidad es una quinta columna dentro de las líneas de la democracia. Al menos de la democracia representativa, que es la que tenemos. Porque si se extienden estas maneras consultivas a ver para qué carajo nos molestamos en votar a unos u otros: con un gestor digital ciberseguro y macroencuestas permanentes podría sacarse adelante cualquier asunto del presupuesto municipal como si fuera la elección del pueblo más bonito o la elaboración del listado de columpios con encanto, es decir, pidiendo que lo voten amigos y holeados. Total, para el nivel intelectual que se aprecia en los debates parlamentarios, es probable que unos anuncios publicitarios bien guionizados tengan más enjundia de ideas —menos insultos y barbaridades está fuera de toda duda— que las intervenciones de nuestros representantes en sedes oficiales.

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