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Quien le iba a decir al PSOE y, en concreto, a Pedro Sánchez, que el triunfo de su hombre en Cataluña, Salvador Illa, iba a provocar el carajal de unos pactos casi imposibles. Pero vayamos por partes: constituida la Mesa del Parlament, el voto telemático de Puigdemont ha acabado en el Tribunal Constitucional que, ha aceptado el recurso del PP pero, de momento, no lo cancela.

Primer revés para el independentismo que el huido a Bruselas pretende reunificar para repetir las elecciones en octubre. Por su parte, Esquerra Republicana, que no ha levantado cabeza desde la misma noche electoral, cuando Pere Aragonés asumió la derrota en primera persona, ha entrado en una guerra interna de dimensiones imprevisibles. El nivel de golpes bajos amenaza con acabar con la carrera política de Oriol Junqueras.

Él, que ha jugado en la sombra desde que salió de la cárcel, y que creía, llegado el momento, hacerse con todos los mandos de la formación, se ha encontrado con una revuelta desde las bases a la dirección. Seguramente, no contaba con Marta Rovira que, desde Ginebra, se ha convertido en la punta de lanza del movimiento para echarle. El último golpe de efecto ha sido el manifiesto firmado por trescientos militantes y varios altos cargos que, siguiendo la estrategia de Rovira, exigen una «renovación general de la cúpula dirigente». Y con estos mimbres tiene que negociar Illa su investidura. De momento, Sánchez ha ofrecido a Esquerra una «financiación singular» para Cataluña a cambio de que voten al candidato socialista. Conclusión: la guerra se extiende y ahora protestan hasta los dirigentes territoriales del PSOE. Quienes, como Page, se sienten discriminados. Y lo están sin duda alguna. Pero, además, esta oferta no contenta a ERC que quieren tener la llave de la caja.

Y, en esta guerra de todos contra todos, faltaba el personaje singular; Puigdemont, que ve cómo se evaporan sus posibilidades de lograr, de inmediato (gracias a la amnistía), un regreso triunfal a la Ciudad Condal. Como la financiación le importa un rábano, lo suyo es independencia o nada, ha puesto el grito en el cielo y acusa a Sánchez de «chantajear» a lo que queda de Esquerra con más dinero a cambio de votar a Illa. No duda en calificarlo de «escándalo en todos los sentidos».

Su objetivo es una repetición electoral en Cataluña, que permitiría que la ley de amnistía haya superado los escollos iniciales. Y con las mismas le ha recordado a Sánchez que, sin sus votos, el que corre peligro es su cargo en la Moncloa.

Con estos mimbres, el nuevo President del Parlament ha descartado nombrar un candidato y aplaza a agosto el posible pleno de investidura. El límite: el día 25. Si para entonces no hay acuerdo se vuelve a las urnas. Mientras tanto, las negociaciones se anuncian a cara de perro, con ERC subiendo el precio del apoyo, al tiempo que deciden que fracción del partido ganará la batalla interna. Cada uno a lo suyo y, al final, todos pagaremos la deuda catalana.