Diario de León

AL DÍA
Rafael Torres

El baile de San Vito

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Hasta que José María Aznar no aludió a ello el otro día, hacía muchísimo tiempo que no se oía hablar del baile de San Vito, que no otra cosa es la «movilización permanente» a la que el antiguo inquilino de La Moncloa ha invocado y trasladado a la ciudadanía, a la ciudadanía del PP y Vox se entiende.

«El que pueda hacer, que haga», había ordenado a sus fieles el expresidente, pero ésto de ahora trasciende el límite de lo que buenamente se puede pedir a las personas, pues de hacer algo (para echar al íncubo del Gobierno) a estar movilizado, en modo Movimiento, todo el rato, hay un trecho largo. Se ve que las numerosas movilizaciones contra la amnistía de los últimos tiempos no han satisfecho del todo al señor Aznar, y cree que lo pertinente es la movilización contínua, sin desmayo.

El Baile de San Vito, como se sabe, fue un misterioso fenómeno social que azotó Europa en la Edad Media: grupos de cientos de personas, de miles en algunos casos, se concentraban en las plazas o recorrían las calles y los caminos sin parar de agitarse desconcertadamente en lo que parecía un baile, pero que sólo lo parecía.

Nunca se halló la causa cierta de semejante tembladera masiva, pero menudearon las posibles conjeturas: ¿Trastorno del sistema nervioso que cursaba en alteraciones motoras o psíquicas, como las manías persecutorias? ¿Plaga de arañas cuya picadura provocaba el tarantismo, que es de donde procede, por cierto, el baile de la tarantela? ¿Fenómeno social relacionado con alguna suerte de protesta o de angustia social?

Cuando antiguamente los chicos no parábamos de enredar, los padres nos decían que parecíamos poseídos por el Baile de San Vito, y estas cosas de la infancia se quedan clavadas.

Por eso, no es raro que uno haya evocado ésta al ver el resultado de los enredamientos constantes de José María Aznar, nada menos que un llamamiento dramático a la «movilización permanente», esto es, a lo que se podría llamar tarantismo político.

De la Edad Media a nuestros días ha llovido algo, y hoy se conoce la cura democrática de ese trastorno: esperarse a las elecciones.

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