Canto rodado
Sacri y los cuidados
N o sé qué habrá sido de Sacri. Hay personas que pasan por nuestras vidas como un fugaz rayo de luz y desaparecen en el ajetreo del devenir. Sacri era una de las chicas que vivía en aquella pensión de la calle Preciados, quinto piso sin ascensor. Apenas la veíamos por allí. Trabajaba día y noche. En la precaria red de cuidados que existía en los años 80, era una de esas mujeres que atendía a personas mayores en clínicas. La contrataban familias ocupadas o desbordadas por la situación a través de una agencia.
Los cuidados, esa parte invisible de la vida, se han convertido esta semana en pasto de la polémica política a cuenta de la ley de la ELA. Los cuidados están en jaque en una reforma que pretende ‘reforzar’ el cuidado en el hogar de las personas mayores y de la que se han visto excluidas las madres de niños y niñas con discapacidad —el 91% de las personas cuidadoras en estas situaciones— que no se libran de una carga heroica con la profesionalización de los cuidados porque sería cambiar la sobrecarga por la precariedad. Una plataforma estatal canaliza sus reivindicaciones. Que estas mujeres, y los hombres que cuidan, se hagan visibles y pidan soluciones para su vida cotidiana debería formar parte de la agenda de cosas importantes y urgentes. Poner a las personas en el centro significa poner los cuidados sobre la mesa de la política. No basta con venerar a las sacrificadas madres. Hay que dar un giro a la economía hacia un sistema que cubra necesidades de las personas en lugar de saciar la voracidad del capital. Utopías que hay que pensar para que el mundo pueda ser más que la dulce estampa del crucero de superlujo Insignia, que rescató a 67 personas migrantes y cuatro cadáveres que se hundían en un cayuco, mientras navegaba por el océano en su burbuja de vida idílica.
Sin cuidados no hay vida posible. Es lamentable, pero todo lo que tocan sus señorías se devalúa en discursos que, lejos del interés general, se pierde en polémicas, como ocurrió en el pleno del Congreso con la ley de ELA y como sucedió en Villaquilambre con el centro de refugiados. Un asunto de cuidado y de cuidados. Cuidarnos es lo mejor que podemos hacer ante quienes tanto miedo tienen a compartir la abundancia por no ser capaces de ver sus propias miserias. Por desconocimiento voluntario o por desprecio a los cuidados que extraemos de esa África negra que se arroja al mar que esquilmamos legalmente con nuestra flota o ilegalmente con barcos que levan la bandera de Senegal pero son europeos. Casi la mitad de las personas que llegaron a las costas españolas el año pasado son de este país donde la pesca, uno de sus principales sustentos, se les arrebata cada día y con ella una de sus principales fuentes de alimentación. Nuestra cuidada abundancia se nutre de la miseria de otros.
No sé qué habrá sido de Sacri. Compartió cuidados conmigo que fueron oxígeno, junto a otros trabajos, hasta que en mayo, al fin, llegó la beca. Gracias a los cuidados estamos aquí.