TRIBUNA
¿Paz en Palestina?
Siempre he sido admirador de la sociedad judía por una serie de comportamientos y hechos de su historia que sería prolijo enumerar; no obstante, esta admiración se está tornando en rechazo al Israel de las últimas décadas por su actitud prepotente y supremacista respecto a los palestinos y ahora por la forma de proceder en Gaza que recuerda por su impiedad a Jos 6,21 y 10,28. No es asumible hoy que la incursión salvaje de Hamás haya sido respondida con la destrucción y matanza masiva de civiles. Cabría, no obstante, preguntarse si a Hamás le importan algo con tal de lograr su objetivo.
Vista la tibia reacción de los gobiernos árabes se podría también inferir el hastío de estos por la «cuestión palestina».
Para entender el enfrentamiento actual es preciso retrotraernos hasta principios del siglo XX cuando el territorio de Oriente Medio proveniente del Imperio Otomano lo dividen Francia y Reino Unido a su conveniencia. Palestina queda como mandato británico y en 1947 la ONU acuerda la resolución 181, dividiendo salomónicamente a aquella en dos Estados, uno judío y otro árabe en base a la población mayoritaria (tipo la ex Yugoslavia).
Los palestinos y los países árabes del área la rechazan (primer error de éstos).
Los pogromos en Europa del Este a finales del siglo XIX, el antisemitismo imperante y luego el nazismo provocaron la inmigración de cientos de miles de judíos hasta 1948.
Paradojas de la historia: si no hubieran tenido lugar esos hechos, seguramente no existiría hoy el Estado de Israel y tampoco un posible Estado Palestino mañana, pues los países del entorno se hubieran repartido el territorio. Las guerras de ellos con Israel fueron por eso, no por los palestinos.
Con la proclamación del estado de Israel en 1948, estalla la previsible guerra de éste con los palestinos y los países árabes circundantes; en muchas localidades los judíos expulsan a los palestinos y los países árabes intervinientes aconsejan a éstos que se vayan temporalmente de sus hogares para tener ellos las manos libres, aplastar a los judíos y «echarlos al mar». Luchando por su supervivencia, los judíos vencen, amplían el territorio asignado por la ONU y lo hacen étnicamente más uniforme.
En 1967, Nasser, con el bloqueo a Israel comete el segundo error y es derrotado de nuevo junto a Jordania, Siria e Irak. Israel conquista Jerusalén Este y los estratégicos Altos del Golán sirios, lugares que nunca abandonará.
El tercer error lo sufren Egipto y Siria en 1973 que, aunque atacan sorpresivamente en el Yom Kippur, fiesta importante judía, son derrotados por éstos con la ayuda seguramente de los satélites estadounidenses. Esta guerra ocasionó un terremoto económico mundial por el embargo del petróleo árabe y la gran subida del mismo a que dio lugar.
Intervenciones de Israel en Líbano se suceden periódicamente entre 1978 y 2006, primero contra la OLP y luego contra Hezboláh, para responder a los ataques desde ese país.
En el intento más serio de paz, promovido por Bill Clinton en 2000, no se consiguió finalizar el avanzado acuerdo en Taba, la gran oportunidad para la paz se dejó pasar.
Después de las intifadas y del 2000, ambas partes han optado por la línea dura que no lleva a ninguna salida. En Israel votando mayoritariamente a partidos intransigentes, que han ampliado sin cesar el número de asentamientos. Por parte palestina apoyando a la organización extremista y terrorista Hamás en Gaza y autora de los asesinatos, violaciones y secuestros de octubre pasado.
Las restricciones de permisos de trabajo en Israel, después de las intifadas, a los palestinos de fuera de su Estado, han creado en ellos una situación social asfixiante y sin perspectiva y a la franja de Gaza dependiente casi totalmente de los presupuestos de la ONU y países árabes del Golfo.
No puede haber paz en un territorio donde hay ciudadanos de 1ª y otros marginados, descendientes de habitantes de Palestina de las primeras décadas del siglo XX, aunque estos tengan la mayor tasa universitaria de todo el Islam de Oriente Medio. No puede haberla donde algo tan indispensable como el agua se distribuye entre unos y otros sin equidad. No puede haberla con el aumento de asentamientos, bien dotados de servicios como he visto, con judíos radicales y a veces violentos con los palestinos vecinos.
Desde mi punto de vista, la situación de Israel a largo plazo es insostenible sin la paz. La sucursal de Irán en el Líbano, Hezbolá, curtida en la guerra de Siria y bien armada, tiene cada vez mayor capacidad de combate; Hamás es prácticamente indestructible por la elevada natalidad de los palestinos y nuevos jóvenes dispuestos al «martirio» por la causa; «la mejor arma palestina es el vientre de sus mujeres», dijo Arafat; en Gaza, Hamás cumple bien esa consigna.
Dentro, Israel tiene la «carcoma» de los judíos Jaredíes, exonerados de empuñar las armas, no trabajando la mayoría por su dedicación plena a la lectura de la Torah, engendrando abundantes hijos en sus jovencitas y escuálidas esposas (qué pena me dieron éstas en un viaje a Israel), confiando únicamente en la ayuda de Yahvé (ya, ya) y recibiendo el maná del Estado.
El pueblo hebreo ha tenido hasta ahora tres dioses (mejor un Dios y dos «dioses») que le han salvado o al menos le han ayudado en su pugna con los enemigos. Josué tuvo la salvífica intervención de Yahvé en la conquista de la «tierra prometida» por Él.
En las primeras décadas del siglo XX la inestimable ayuda y permisividad del «dios» de entonces, Reino Unido. Actualmente el «dios» salvador es EE UU, que le surte de información, armamento y financiación.
Así como los países árabes de las guerras del siglo XX contra los hebreos subestimaron a estos, igualmente, los israelíes ahora minusvaloraron a los palestinos y, pese a su tecnología y sofisticada inteligencia militar, fueron incapaces de detectar y anticiparse al ataque de Hamás. También, por mucho que le proteja su «cúpula de hierro», tuvieron que recibir la ayuda de EE UU y Reino Unido para interceptar los misiles y drones iraníes. Ahora se le plantea otro reto: impedir que Irán llegue a un enriquecimiento alto del Uranio y que sea de uso militar, pero para ello precisa la aquiescencia y el apoyo de EE UU. Si Irán no detiene dicho enriquecimiento, es cuestión de tiempo que Israel lo ataque.
La paz en Palestina solo será posible si en Israel salen mayorías moderadas en la Knéset que estén dispuestas a cambiar aquella por territorios (asentamientos). Los palestinos han de rechazar a los radicales integristas de Hamás y aceptar formar dos estados con base en los acuerdos inconclusos de Camp David y Taba. Es preciso volver a los mismos y concluirlos. Esperemos que el sufrimiento de estos meses haga recapacitar a ambos pueblos y además que Israel reciba la presión de EE UU, y los países árabes la ejerzan a su vez sobre los palestinos, al fin y al cabo tanto uno como los otros, son y seguirán siendo los sostenedores de Israel y de los palestinos respectivamente. Sin esa presión es difícil el acuerdo, además Irán interferirá para que no se consiga.
Dos acuerdos que llegaron a buen puerto entre Israel y la OLP y Egipto, respectivamente, dieron lugar a la muerte violenta de dos de los protagonistas: Isaac Rabin y Anwar el Sadat. Quizá a Arafat le temblaron las piernas por lo mismo y no fue capaz de firmar en 2000 el plan más atrevido al que ha llegado Israel hasta el momento. La paz solo se conseguirá con renuncias por ambas partes; aquí no basta el dicho «dos no riñen si uno no quiere»; han de ser ambos los que no quieran.
El gran estadista mundial, Pedro Sánchez, en plan buscavotos y falso buenismo reconoce al Estado Palestino con fronteras en la llamada «línea verde» de 1949. La vicepresidenta Díaz «desde el río hasta el mar», suprimiendo a Israel.
Con los sentimientos y emociones allí desatados, tanto las declaraciones de ésta como el reconocimiento ahora no contribuyen a la paz sino a deteriorar grave e inútilmente nuestras relaciones con Israel.