TRIBUNA
Una vuelta a los oficios
Se trata de si ha de haber un sistema de selección mejor o peor para entrar a desempeñar una función. Con frecuencia se justifica porque hay más demanda que oferta y algún límite ha de ponerse. Tal vez, los exámenes tipo test no reflejan nada, pero funciona. Tampoco las entrevistas parecen el camino ideal, dada la subjetividad y los tejemanejes solapados. Parece que los temas escritos y leídos por los opositores merecen más aplausos. Quizás lo ideal sería, una vez acabada la licenciatura, elaborar una lista de preseleccionados que se irían colocando sucesivamente. Este periodo podía valer también para afianzar la cuestión pedagógica de la función futura. Una especie de MIR similar al llevado a cabo por la medicina. No siempre se acierta, pero será mejor que el enchufe o la asignación a dedo. Estamos hablando, es evidente, del sector público. En el ámbito privado la amistad o la herencia son factores determinantes y no tenemos nada que objetar.
La madre del cordero puede venir cuando tocamos trabajos u oficios que a todas luces son públicos, como los llamados «asesores» o los «altos cargos». Aquí sí funciona el dedo o la amistad o la fidelidad. Y a mi parecer no debería ser así. ¿Por qué no se eligen cargos de la misma función pública? Hay muchísima gente capacitada y daría mejor que nadie la nota más apropiada. No hace falta que sean fans ni afiliados, basta que tengan la preparación y la coherencia suficientes. Supongo que levanto un telón que muy pocos van a seguir, pero que nos vendría bien para el sereno transcurrir de la política cotidiana.
Se dice que los robots van a asumir multitud de trabajos rutinarios. Hacia ese complejo nos dirigimos. No parece tampoco el mejor camino para construir un trabajo de calidad. Habrá rutinas necesarias, pero nunca se debe dar de lado la cara humanística, el contacto humano, la empatía, la cordialidad... Somos más que máquinas y siempre ha de haber unas gotas de humanidad. Un sonrisa vale más que la fría tarea de una máquina. Mientras nos alumbre el faro de los sentimientos ningún artefacto ha de ganarnos la delantera. Dejemos para el trasfondo el lento y paciente vaivén del motor.
Todos somos iguales y distintos. No se trata de merecer más o menos, sino adecuarse cada cual a su función. Todos valemos para algo especialmente. No creo en la inutilidad de nadie, en principio. Hemos nacido y cada uno tiene un destino mejor o peor a su alcance. Salvo casos contados, el resto puede y debe defenderse por sí solo. Hace falta, a veces, que el Estado colabore. No hay países de ingenieros, ni de médicos, ni de fontaneros... Esto no es trasladable a la agricultura o a la industria. En todos los países tenemos de todo. Cada quisque debe buscarse su sitio. Para ello el Estado, con un despliegue ecuánime y justo, debe poner al alcance de todos sus riquezas.
Pasa lo mismo con el dinero percibido, incluso en buena lid. Pero parece algo escandaloso ganar cifras inéditas, cantidades insospechadas, por el mero hecho de desarrollar una actividad en grado excelente. Ignoro si sería bueno poner coto a estos altos sueldos, suponiendo (que será verdad) que se genere ese dinero. Pongo por principio que una persona gane 5 millones al año en esos casos, ¿no sería suficiente para vivir espléndidamente? ¿Para qué más? Y sin embargo, hablamos con total tranquilidad de 100, 75, 50 millones, como si fuera la cosa más natural. Si se generan esos ingresos bien podrían dedicarse esos excedentes a paliar muchas necesidades, a mejorar la enseñanza y la sanidad, a investigar, a aumentar los sueldos más bajos, a disminuir el coste de muchos productos..., de manera que todos viviríamos mucho mejor.
Esto último seguro que te suena a demagogia. Sí. Pero yo estoy convencido que sería un arreglo estupendo para allanar las vidas de todos. No estoy diciendo que todos ganemos 5 millones, sino que los demás no estén tan lejos. Esta es la filosofía que está detrás. El futbolista o cantante o actor o empresario... está en su derecho de vivir con todo lujo y esa cantidad que menciono a modo simbólico se lo permite. Otros tendrán que atenerse a salarios mucho más bajos, pero también tienen derecho a una vida digna y sin agobios.
¿Por qué no se investiga más? ¡Hay tanto por descubrir! Y no me refiero a otros planetas, ni a otras profundidades! Sabemos que la vida es breve y muchas veces fastidiosa. Solo el empeño de algunos es consciente de ello y pelea por mejorar este tránsito hacia la muerte. Nadie queda aquí, pero podemos hacer mucho por allanar los terrenos: mejorar la sanidad, investigar, elevar la educación, auspiciar el último tramo de la vida...Sin embargo, inventamos guerras y dedicamos ingentes dineros a la creación de artefactos de muerte. Quizás nadie, en su sano juicio, esté en desacuerdo, pero la realidad es tozuda y nos conduce con frecuencia al despilfarro y la sinrazón. Aparecen millones y millones para la destrucción, como si la vida no trajera suficiente tragedia. ¿Por qué no se dedica ese dinero en la mejora de la vida? ¿Qué iluminados nos lleva por esos senderos infaustos? ¿Por qué callamos? Mientras la sociedad no reaccione ante tanto delirio no habrá salvación. Así de tajantes son las cosas. Ponemos el empeño en matar y nos olvidamos de vivir. ¿Cabe mayor desacato? Por desgracia, no.