Diario de León

cuarto creciente CARLOS FIDALGO

El espejo del wólfram

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El cielo cabe en un tejado. Lo encuentran en la montaña del wólfram, el lugar donde levantaron treinta viviendas en dos hileras de pabelllones enfrentados; el poblado de La Piela, en la ladera de la Peña del Seo que mira al Bierzo desde Corullón y donde se alojaron en los años cincuenta las familias de los mineros que trabajaron en la explotación de la Compañía Minera Montañas del Sur.

El cielo está dentro de una superficie de aluminio. Lo pueden ver en la cubierta del nuevo centro de visitantes del poblado del wólfram; una ruina de edificios destechados, vacíos, saqueados, un lugar imposible en lo alto de la montaña, el esqueleto de un dinosaurio industrial.

El centro de visitantes que ha restaurado el Ayuntamiento de Corullón ocupa el edificio de doscientos metros cuadrados donde estuvo el antiguo economato del poblado. Y tiene un tejado a cuatro aguas que se mimetiza con el cielo. Si uno se coloca en la posición correcta, un día soleado, tendrá la impresión de que el edificio no tiene techo. De que sigue siendo una ruina y el cielo se cuela dentro.

Esa es la idea de la arquitecta Itziar Quirós.

Algunos dirán: ¿qué pinta un tejado de aluminio en medio de la montaña?

Otros entenderán su significado.

Ese tejado que atrapa las nubes, que recoge el reflejo de la montaña, es una caja mágica. Un lugar a la altura de las leyendas que hacen tan fascinante la Peña del Seo. Ya les he hablado alguna vez de los tres cofres que esconde la montaña: uno lleno de oro, otro de azufre y otro de nada. Tres símbolos del paraíso, del infierno y del purgatorio. Luego está la leyenda literaria que extendió aquella novela de Raúl Guerra Garrido; El año del wólfram. Y no deja de deslumbrar el mito de la fiebre del oro negro; los nazis y los aliados que pugnaban en la Segunda Guerra Mundial por comprar todo el mineral que afloraba en la montaña.

La Montaña Negra se llama el centro de visitantes. Y hay un eco en las ruinas del poblado que me recuerda a Jovino García, el vigilante que vivió con su familia allí cuando todo el mundo ya se había marchado. Y quizá sea esa la mejor historia del poblado y de la mina del wólfram: la del hombre que no quiso que todo aquello se echara a perder. En ese tejado con forma de cielo también está su reflejo.

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