Plaza de toros, plaza de todos
N o existe resquicio de la vida que los atroces amigos de la crispación dejen sin infectar. Ni escenario común en el que reserven su ira para sí mismos y permitan respirar al colectivo agrupado en torno una afición o devoción, allá cada cual con sus creencias al margen de lo que les une. Esa apisonadorcita insufrible de plantar sus reales en cualquier foro donde saben, por otra parte, que la mayoría tolerante les va a ignorar. No logran la zambra, pero dejan oír solitarios estertores que incomodan a los más y dejan indiferente al resto. Presumirá el cabestro de turno de haberse hecho oír. Valiente mugido extemporáneo.
Ya en estos últimos años ha caído la Fiesta de los toros en rematar los paseíllos no como describía con su maravillosa pluma Antonio Caballero («la ola de las cuadrillas se estrella en la barrera, se deshace en riachuelos, picadores por aquí, un torero sonriente por allá, y delante de las barreras los banderilleros que otorgan a unos elegidos el honor de un capote de paseo...»); sino estrellados contra un muro que frena en seco para cuadrarse ante un himno nacional que semeja a menudo un arma arrojadiza. Como algunas banderas nacionales. Se pervierte así lo que es patrimonio y orgullo común en un escorzo que pretende manipular intereses que en estos festejos no se lidian. No lo han hecho nunca.
En la corrida de toros de hace ahora una semana en León estos sueltos que tienen poco de verso intentaron contaminar el ambiente con eslóganes que se ahogaron en su propia salsa, de un tinte político que no tenía lugar. Incluso la desinhibida ignorancia y arrogancia sobresaltó a algún espada cuadrado para matar intentando dibujar en la cara del toro a un político.
No dejan de ser moscas, como aquellas a las que cantaba Alberto Cortez. «Inevitables golosas, que ni labráis como abejas ni brilláis cual mariposas, pequeñitas, revoltosas». Más ruido.
El himno es de todos. La bandera es de todos. Los toros y las plazas son de todos, no de espontáneos empeñados en mangonear egoístas esta Fiesta. Una vez más, la mayoría silenciosa (esa que debería vociferar en El Parque exigiendo toros, y no becerradas indecentes) no puede conformarse con sacudirse el zumbido inoportuno y seguir a lo suyo como si nada ocurriese. Los cabestros sólo tienen su función en los corrales. En los tendidos de todos, no pintan nada.