Diario de León

León en verso. Luis Urdiales

Aplomo de León, SL

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L os niños leoneses vienen al mundo con una cantimplora de aplomo, igual que en la España de los privilegios se nace con una hogaza bajo el brazo; quien dice hogaza, dice un Renault adaptado a los tiempos y a la convención; un híbrido, que parece que el eléctrico se les quedó atascado y no pasa. El aplomo es aguantar sereno, sin rechistar , firmes como velas en medio del patio de armas, mientras los demás se lo pasan como dios en la verbena; aplomo, como tenía tu abuelo, que jamás se revolvió a esa prueba que manda el señor de caminar seis, diez, doce kilómetros hasta la mina, bajar y picar, volver, atender el campo, dormir de pie, siempre recto, para subsistir, dar una oportunidad a la prole, una oportunidad mejor de la del entorno, tomar la vereda que bajaba hasta el apeadero y ruta; a las chichas, les mandaban a servir a señoras de postín; a los chicos, a dar guadañazos; más aplomo. Aplomo para desayunar y cenar; aplomo para echar las diez, quien pudiera; aplomo con garbanzos y tocino; la bici de barra alta y piñón fijo era de aplomo; el mango del azadón, lacado en aplomo; y la almohada del camastro, donde recostar la cabeza y acomodarla a sueños que merece el ser humano en este valle de lágrimas, estaba rellena de aplomo, aunque crujiera el pescuezo, deseoso de un momento visco elástico. Es un caso raro León, porque la gente nace con el aplomo que les falta a sus políticos. Si Darwin hubiera decidido enfocar la evolución de las especies en cualquier valle leonés en vez de replicar graznidos de pájaros en las remotas Galápagos tendríamos conclusiones más certeras sobre esa condición heroica de pensar en mitad de la tormenta; de no ir a guerras en las que no ganas nada con la victoria; de resistir los ataques en la posición del desprecio; en tener fuerza para sonreír al que te quiere sacar la sangre por el hígado y sin licuar. Y casi todo, en la orden del albarán con el que se encarga la siguiente generación, esa que resuelve la genética con la máxima de que los cascos siempre salen a los botijos. En un momento dado de la historia, los leoneses ya se dieron cuenta de que no eran el pueblo elegido, por más méritos que pusieran a disposición de la corte celestial. A ver qué emperador le hace ascos a un ejército de almas dispuestas a ofrecer mesura mientras les escupen y arrancan las entrañas.

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