Diario de León
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AGENCIAS

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Habitamos el país de la confrontación en un mundo cada vez más enfrentado. De la crispación en un planeta crecientemente crispado. Esto va a necesitar una reparación larga, y conste que, al menos aquí, en España, no culpo solamente al Gobierno, ni al Gobierno y a la oposición, de una situación indeseable, que acumula, y enumero sin ánimo exhaustivo, estos elementos:

Así, si quiere, le hablo de la guerra del Tribunal Supremo con el Constitucional. O de la del Constitucional con el Constitucional. O de la del PP con el Constitucional, ahora con el ‘caso ERE’. O de la de los fiscales con el Supremo. O de la de los fiscales con los fiscales. O la del Consejo del Poder Judicial con el Consejo del Poder Judicial, con el Supremo, con el Constitucional. O de la del Congreso con el Senado. O los letrados contra los letrados, los abogados del Estado contra los abogados del Estado, la de ERC versus ERC, algunos medios frente a algunos medios, empresarios contra Yolanda Díaz y viceversa. O, incluso, León contra Valladolid, Cataluña (una parte) contra Madrid, Puigdemont querellándose contra el juez Aguirre por...¡¡malversación!! ¿Sigo? ¿Internacionalizo?¿Le hablo de lo que puede, glub, ocurrir en Francia el domingo, de Trump y ‘su’ Tribunal Supremo?

Demasiadas batallas abiertas, que entre todas componen una confrontación de enorme voltaje. Y cada una de estas confrontaciones necesitaría cuando menos un comentario en exclusiva. O un libro. El cronista muchas veces se pregunta diariamente sobre cuál de los desastres en ciernes o ya en plena actividad escribir hoy. Difícil decisión. Imposible aprehender todo lo que nos está afectando.

Claro, llega la resolución del Tribunal Supremo sobre la amnistía, por ejemplo, y pone en evidencia todo el embrollo jurídico que se ha puesto en marcha solamente --y nada menos—para garantizar una gobernabilidad, para sostener un ‘statu quo’ que no estaba plenamente avalado por las urnas. Lo que ha hecho el TS, que lo coloca frente a una fiscalía hecha jirones, frente a un Gobierno desgastado y frente a un Constitucional en el que auguro un enorme quebranto interno, ha sido mostrar que el rey de la legitimidad estaba desnudo. Y, a partir de ahí, ha abierto una aún más grande controversia que la que ya establa planteada. Y puede que haya abierto también muchos ojos.

Déjeme aventurar que lo que se está planteando, en el fondo, es si la Constitución se está cumpliendo o no –que en algunos casos es claramente que no--, si la legalidad en general es un valor en alza o no –que no--, si nuestras fuerzas políticas, con el inquilino de La Moncloa al frente, están actuando de una manera coherente o no. Si algunos jueces ejercen de manera ejemplar o no. Si algunos medios están cumpliendo con su ética profesional o no. Si la moralidad, la decencia, la transparencia, la ética y la estética predominan en la vida pública o no, y conste que no hablo (solo) de la familia del presidente. Se me ocurren demasiadas repuestas negativas más que afirmativas a todas las cuestiones que planteo. Con estos datos, que no son opiniones, en la mano ¿qué puede salir mal? Mucho. A lo peor, todo.

El país parece, aunque con este espíritu alegre y vacacional que nos gastamos no se evidencie, abierto en canal, pese a los buenos datos económicos, que hay que reconocer, y pese a que las encuestas no muestren del todo la crispación que sobrevuela los reinos de taifas, cenáculos y mentideros de esta política nuestra que, en efecto, hay que regenerar. Lo que no sé es si el regenerador no tendría primero que regenerar sus propios pagos antes de lanzarse a regenerarnos a los demás y, encima, a su modo y manera. Que moralizar el país no es limitar mensualmente las páginas porno que puedan ver los ciudadanos, digo yo.

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