Diario de León
Publicado por
CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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L os gigantes son una cosa, los cabezudos otra... y la Tarasca, la madre que los parece... y precede. Esa pandilla de cartón piedra con personajes locales o exóticos, grandones de talla o cabezón, son la comparsa más repetida en las fiestas de la ciudad en los últimos setenta años; al parecer no hay constancia de ellos antes de 1947, aun siendo vieja tradición en más de noventa países europeos, africanos o americanos y en esta España que remonta los primeros a la Navarra del siglo XIII. Pero los gigantes cazurritos de hoy no tienen mucho que ver con los que conocí en los años 50, han cambiado, plantilla nueva. Nos familiarizamos mucho con aquellos la sobrinada y hasta nos enfundábamos los cabezudos en nuestros juegos cuando íbamos algunos domingos al viejo Hospicio, frente al jardín de San Francisco (aquel enorme caserón hidalgo y monumental que abatió la infame piqueta), a visitar a sus únicos y últimos ocupantes, el capellán, nuestro tío César, y la abuela Laura, residentes en los aposentos del antiguo director alojado ya en la nueva Ciudad Residencial Infantil San Cayetano , llamada así para olvidarse del peyorativo nombre de hospicio. Allí dormían todo el año aquellos gigantes que tanto miedo me daban al principio, almacenados en estancia oscura. Y no, ya no son estos que hoy representan a paisano y paisana con traje regional, a san Froilán mitrado, a la Pícara Justina... ¡y a un moro negro con su mora tizón!, así que ya me veo a los de Vox en el untamiento pidiendo más pronto que tarde que los retiren y devuelvan a su Magreb; y al leonesismo venido arriba que sean reemplazados por algún Alfonso y una Urraca (antes había rey y reina sin nombre ni mayor recordación) que den talla gigantona al orgullo historicista con que hoy revestimos aquí la decadencia. Pero de todas las novedades de ahora la que más me impacta es la Tarasca, distinta en vestido y jeta, mostrando hoy melena al aire sin aquella su primera pamela y con prominente espetera de exageradas tetas ojivales como quien va pidiendo guerra nodriza... ¡Juasús, Juasús!, diría mi abuela.

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