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P robablemente muchos se preguntarán: ¿Celebremos? ¿Qué? Si se deja llevar una por los acontecimientos que se pregonan, desde luego nada bueno. Si se separa el fango y se despeja el horizonte de quienes gozan como gorrinos en charca, comienza a otearse aire limpio. En el que respira la mayoría del paisanaje, por fortuna, aunque el despreocupado quehacer de quienes siguen a sus asuntos sin dejarse enlodar discurra sin el estrépito que ensordece el ambiente mediático y político. Más allá de regeneraciones democráticas que tendrían que surgir de la propia democracia, el escenario a regenerar sigue rigiéndose por el sencillo principio que ya expuso Pushkin: Con tal de que se tenga pocilga, se encontrarán los cerdos.

Todo lo cual no desanima a quienes están dispuestos no sólo a celebrar, sino a hacerlo por todo lo alto. Más allá, a compartir su ceremonia y pregonar con orgullo su decisión. Así visto, existen quizá hoy más motivos que nunca para festejar. He ahí las ceremonias de la sologamia. Fueron primero los casamientos, llegaron después las fiestas para compartir la felicidad por los divorcios. Arriban ahora las bodas con una misma.

Icíar Bollaín y Candela Peña enlazaron un maravilloso tándem en La boda de Rosa, para defender el empeño de una mujer en cortar ataduras y buscar su camino y su felicidad en solitario. Este fin de semana más mujeres ponen altavoz a su propia boda individual en Asturias. Es un ejercicio de amor propio y libertad, defienden.

¿Por qué proclamar, endomingar y hacer ceremonia de un compromiso con una misma que bien podría santificarse en la intimidad? Quizá sea una declaración de intenciones y aviso a navegantes, o una forma de reafirmarse. Tal vez, simplemente, darse el gusto de hacer lo que apetece. No lo sé.

Lo respeto. Como el exponencialmente creciente espectro de diversidades sexuales. Queer, cisexuales, binarios, género fluido,... Y mil más. Tengo un amigo con una larguísima experiencia en la diversidad que, ante el aluvión de matices, cuando no tiene el horno para bollos me dice: «No me marees, hoy soy una tetera». Todo lo dicho no es ni mucho menos frivolizar. Todo lo contrario. Una cosa es la perplejidad y la lentitud para asimilar la heterogénea vorágine, y otra, como es el caso, aceptar con gusto que cada condición y voluntad tiene su acomodo en esta sociedad. Y que todas ellas han de ser celebradas. Así sea. ¡Felicidades!