Los españoles no se lo creen
Pienso que lo ocurrido en Franciadebería estar haciendo meditar a nuestros responsables políticos. Y es este precisamente el momento ideal para la reflexión y el cambio de rumbo, porque es obvio que no se puede seguir haciendo lo mismo que hasta ahora: se va usted a hartar de leer y escuchar balances acerca del año transcurrido desde que, el 23 de julio pasado, conocimos el resultado de unas elecciones convocadas precipitadamente, un fracaso que Pedro Sánchez convirtió en lo que él creyó, y parece que sigue creyendo, un éxito. Y, sin embargo…
…sin embargo, yo pienso que estos doce meses convulsos, en los que sin duda se han dado avances positivos junto a muchos puntos negativos, han colocado a Sánchez entre una espada y una pared de las que, a pesar de su mucha suerte y su no poca audacia, va a tener muy difícil salir sin rasguños.
En primer lugar, siempre Cataluña. Los independentistas se reúnen en Waterloo y calibran si apoyar un frente para repetir elecciones, impidiendo la investidura del socialista Salvador Illa. En este año, el Puigdemont aliado ha pasado a ser el enemigo. Aunque, eso sí, Sánchez ha logrado desarbolar a las formaciones independentistas. Las cosas, en eso tiene razón La Moncloa, están mejor que en 2017, pero ¿estarán mejor en 2025?
Luego, todo lo demás. Frentes irreversiblemente abiertos con los jueces con el empresariado, y con una mayoría de los medios de comunicación a los que Sánchez pretende ‘regenerar’.
Sánchez, aseguran viajeros a La Moncloa, no está dispuesto a dejarse amilanar por sus problemas familiares –sabe que lo de Begoña Gómez acabará bien, aunque la pérdida de prestigio es ya un hecho—, ni por el estallido de sus alianzas parlamentarias, incluyendo seguramente, además de a los catalanes, a Podemos y, en breve, quizá a Sumar, ahogado en el desconcierto sobre su porvenir. Eso hará que no pueda sacar adelante ni una sola ley importante.
Así, aunque mantiene las apariencias bastante bien, el desgaste personal e institucional de Sánchez es patente: mantiene el partido unido, el grupo parlamentario es acrítico, pero las instituciones rechinan. El Tribunal Constitucional, la Fiscalía general del Estado, son fuente de permanente controversia y ya nadie sostiene que la legalidad, incluyendo la constitucional, se respeten de forma escrupulosa.
La economía va, en principio, bien (no hay dos economistas que sostengan las mismas tesis al respecto), las relaciones internacionales, si quitamos los misterios derivados del espionaje de Pegasus a cargo, presuntamente, de Marruecos, también marchan razonablemente bien, lo de Milei excluido.
Pero el mundo cambia demasiado aprisa y España, ensimismada en su ombligo, no parece darse cuenta: las tendencias derivadas de las elecciones europeas, de las francesas, de lo que ocurrirá, si nadie lo remedia –Y Biden dice que solamente Dios, si bajase a la tierra, le disuadiría de presentarse a las elecciones—, en Estados Unidos, son acontecimientos que están cambiando, como suena, el orden internacional ya bruscamente alterado por Putin el 24 de febrero de 2022 al invadir Ucrania.
Un año al frente de un Gobierno es aparentemente poco tiempo. Pero puede ser una eternidad. Ignoro cómo pretende La Moncloa celebrar este primer aniversarioa. En aquellos ámbitos monclovitas sigue dominando una opacidad hostil para con no pocos periodistas. Pero, para al menos tener un indicio, quédese usted con esta frase, escuchada la pasada semana a un muy alto cargo gubernamental: «España va bien; lo que ocurre es que muchos españoles no se lo creen». Pues así vamos en este primer año ¿triunfal?. Menos mal que nos queda el fútbol de la selección.