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En el lejano 1946, Wenceslao Fernández Flórez hizo una propuesta para que la fiesta nacional —y no se refería la envidia— saliese de su «decadencia actual». Tuvo gran repercusión, aunque finalmente no se le hizo caso: torear gatos. «Creo que es un bicho más difícil que lidiar, porque su cuerpo es más pequeño y escurridizo». Aquí es donde mi lector taurino habrá saltado como un Miura: «Ya, pero es que los gatos tienen siete vidas». En efecto, así les quedan otras seis. Perder una es asumible, hay quien malgasta a diario la única que tiene. También, propuso que el aficionado participase más y no se limitara a exclamar ¡¡olé!! o a sacar el pañuelo: «el tendido tiene que ser más asequible al toro. ¡Qué estupenda emoción cobra la corrida cuando un toro salta a las localidades y todo espectador se siente, necesariamente un poco torero!». Y se mantendrían en forma: qué saltos prodigiosos, qué carreras hasta casa. Tampoco en esto se le hizo caso. Se me ocurre que en vez de toros se toreen balones. Por cierto, Fernández Flórez también hizo una proposición revolucionaria para el fútbol: que puntúe el casi gol. ¿Qué culpa tiene un jugador de que el balón le tenga manía? O el poste, claro. Por mi parte me atrevo a sugerir que el árbitro también pudiera meter goles. Añadiría suspense al encuentro, si bien quizá más tensión en los empates. Querer es poder. Y más raro es lo de Puigdemont. Ahí lo dejo.

Hay días en los que uno tiene la sensación de que España se está agotando en su ser colectivo, que lo nuestro se nos desinfla. Pero enseguida algo te devuelve le esperanza. Todos somos universales en lo esencial, pero a nuestra propia manera. Nosotros, a la española. A mí me gusta haber nacido en un país surrealista.

Hablé ayer con mi primo Guillermo, de la rama sevillana, para interesarme por su salud, tras haberse quebrado hace meses no sé qué y le hayan llenado de muelles su esqueleto. Me dijo: «Esto ha sido muy duro… me he movido menos que un playmobil». Y nos reímos. Luego lo conté en casa y nos reímos. Cada vez que me acuerdo me río. Mientras quede humor hay esperanza. Y aquí lo dejo, esta vez sí. La columna es corta, el verano largo. Hoy queda el gato con sus siete vidas intactas.

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