Ultras en Europa
El FN (Frente Nacional) de Le Pen, ahora RN (Agrupación Nacional) ha ganado 50 escaños más que en las elecciones de 2022, pero ha vuelto a tropezar en la segunda vuelta porque suscita un mayor rechazo que el Nuevo Frente Popular formado por un bloque de una veintena de partidos de izquierda y ultraizquierda. En estos dos años la extrema derecha francesa ha realizado un esfuerzo de desdemonización para intentar cambiar la percepción negativa del electorado. Ha sustituido la palabra Frente de sus siglas por Agrupación; ha cambiado un buen número de dirigentes relegando a los viejos cocodrilos del padre de Marie y ha colocado como cabeza de cartel al joven y presentable Jordan Bardella.
Pero sigue siendo percibido, por la mitad de la sociedad francesa, como una fuerza extremista por sus posiciones en materia de inmigración, inseguridad y crítica a la gestión de la Unión Europea. No ofrece tampoco confianza en materia de política económica y, de hecho, ni los pensionistas ni los profesionales le dan su voto. Su imagen en la opinión pública francesa sigue siendo ampliamente negativa hasta el punto de que muchos electores centristas han preferido votar por el Nuevo Frente Popular a la sombra del radical, proislamista y antisionista Jean-Luc Mélenchon.
En España Vox parece no haberse enterado de por dónde va la gestión de la imagen de las derechas en Europa. La última de los de Abascal ha sido amenazar al PP con romper los Gobiernos de coalición por los menas. La intolerancia y zafiedad de su discurso en un asunto complejo y emocional no hace más que agravar su perfil negativo. Uno de los mecanismos políticos más útiles de la izquierda es apelar al miedo a la ultra, extrema, extremada, derecha. Más que cualquier otra herramienta, lo que funciona es extender la percepción de que la derecha es el demonio. El miedo tiene un efecto disuasorio mayor que el caos.
En X unas jovencitas del Orgullo preguntadas por su elección entre un gobierno de Vox o vivir en un califato islámico, se inclinaban por lo segundo. Afirmaban que «son nazis», «quieren mover el Orgullo de sitio» o «ya se sabe lo que van a hacer». La mayoría de los casos jurídicos o de corrupción, tráfico de influencias o prevaricación, afecte al Fiscal General del Estado o a la esposa del presidente del Gobierno, se pueden despachar desde el bloque de la izquierda culpando a la extrema derecha de extender bulos. El comodín de la demonización de la derecha no se ha agotado en estos seis años. Y mientras Vox lo siga retroalimentando, será un lastre insuperable para evitar la alternancia democrática en el poder.