Agua milagrosa
N os oyó Otavito hablar del fabuloso negocio que están proporcionando las aguas embotelladas y me pide el lápiz; quiere exponer aquí su brillante idea para que León meta ahí cabeza ofreciendo una excelente cava de aguas que asombrará a todo mercado... (toma el lápiz, pesao)...
(gracias, salao)... pues apunta, hay mercado de aguas caras, ¿sabes?, y hay mucha gente dispuesta a pagar lo nunca visto por un agua noruega salida del vientre de un glaciar de diez mil años. Hay aguas de mineralización exquisita, médicamente recomendadas o simplemente exóticas que hacen crecer hoy clientela y caja. ¿Es que no ves que con las aguas ocurre ya como con los vinos?, hay que estudiar para entender la etiqueta, y eso quiere decir que no tardará en echarte la chapa un somelier de aguas con procedencias, propiedades, maridajes... Y tú, quieto parao.
Te preguntarás, querido Trapi, si hay aquí aguas de esas. Pues sí. Y varias. Valga un sitio, un manantial en el valle de Sajambre, ¿o Valdeón?, con un agua portentosa que se les daba a los críos inapetentes y les entraba hambre y hasta ganas de fabada. Las abuelas de este valle la recordarán. ¡Pues embotéllala y comercialízala! Y ya que sabes, pon en letra guapa sus milagrosas cualidades y beneficios terapéuticos. No requiere gran inversión tu embotelladora; ¿no hay bodegas pequeñitas que venden caldos y riberas a cojón de mico?...
Estúdiate viejos manantiales y aguas termales. Elabora incluso aguas de fascinante coupage enriquecidas con minerales energéticos, aroma de arandanal y hayedo o sabores frutales. Y si son de prístino manantial que mane junto a un santuario mariano, el milagro irá en edición de luxe y cajita de madera de roble con su etiqueta-escapulario (jamás la metas en esas baratas botellitas de plástico con forma de Virgen repintada como las que compra la fe ciega en Lourdes). Busca aguas raras o únicas o salutíferas... o con leyenda... y si no, inventas una bien chula, al buen consumidor le encantan los cuentos creíbles y, aún más, los bien pintados.
(devuélveme el lápiz, Otavito).