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Decía Reca: hágase la luz, y la luz se hacía. La hacía él, que aprendió cómo en a fábrica de Truébano a la que llegó con su tío para dar cauce a la virtud que portaba dentro desde guaje para alumbrar la vida de los que tenía alrededor. Siempre como un faro por si se perdía alguien, por si no encontraba el camino de vuelta a casa, donde quedaba la candela encendida del refugio para quien necesitase que le arreglara algo. Daba igual que fueran cosas o personas porque Recaredo nunca dejaba a nadie a oscuras. La llama que llevaba dentro la avivó de Caldas a Miñera y luego vereda arriba por las vegas en las que acuesta el Luna a los rebaños camino de arramarse en Babia. El curso que trazan las merinas lo remontó Reca para buscarse la vida sin percatarse de que iba a tropezar con ella en la piedra del molino de Truébano. Allí aprendió el oficio de fabricar la luz con el paso del agua, entendió que a quienes alimenta el fuego saben que el siguiente invento en la evolución lo marcó la rueda y, en un descuido, le apareció a la puerta el punto de apoyo que le movió el mundo: una moza de Rabanal llamada Pipi que subía el trigo para la molienda y a la que, una tarde tras otra, galanteó en el pollero de Anita hasta que le dejó entrar.

Fue chófer, operario en una granja de pollos, montó el sistema de la Vidriera y, de madrugada, arreglaba la rotativa del Diario de León cuando no iba. Pero fue más cosas: pescador de los que gustan del compadreo del coto, como los que disfrutaba con Paco Mallén en Pardomino y en los que chinchaba a Nardo para que no tuviera prisa; y jugador de cartas de los que dan tabaco, conversación y sabiduría. Pero sobre todo fue paisano, de esos que miran a los ojos, de los que aprietan al dar la mano y sabes que no hay notario que dé fe con más certeza, de los que nunca dejan tirado a los amigos, de los que siempre están para una fiesta, pero sobre todo para aliviar una pena, de los que abren la puerta de su casa y entiendes que, desde entonces, también es la tuya. Crió un hijo, Dios sabe que a su imagen y semejanza, y un nieto que le guarda ley como se venera a los dioses. Pero en la prole apuntó sobrinos, hijos de sobrinos, nietos de sobrinos, amigos, allegados...Cuando se apague la luz, nos quedarán para alumbrarnos tus recuerdos, los que vendrán a llamarnos a la memoria con esos dos toques que dabas sobre la mesa para avisarnos de que nos tocaba tirar. Los oigo aún: juegas, tío Reca.

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