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A LA ÚLTIMA
Rafael Torres

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Desde el punto de vista estrictamente futbolístico, Álvaro Morata falla mucho porque intenta mucho. Es una virtud, sin duda, la de no dar una pelota por perdida, incluso aunque más que una pelota sea un zurullo o un melón, pero el coste anímico de tantos fallos, que oscurecen los aciertos, percute devastadoramente en el jugador.

Para el delantero que, como Morata, vive del gol, el no hallarlo le supone esa especie de muerte que llamamos ansiedad. En la reciente Eurocopa, que se ha llevado la Selección Española con todo el merecimiento del mundo, el jugador del Atlético de Madrid ha encontrado fortuitamente, o le han ayudado a encontrar, un remedio para esa ansiedad que le mataba y que, tal vez por el modo de expresarla, le ha enajenado injustamente el aprecio de la afición, incluso la de su propio equipo, tan incondicional con otros jugadores. El remedio: no buscar el gol. ¿Puede hacer eso un futbolista que cobra millones por encontrarlo? Sí, a condición de facilitar a los compañeros su encuentro. Y es lo que ha hecho Morata, ponerse el «mono de trabajo» como él dice, el de peón de brega, y habiendo marcado sólo un gol, ha sido el mejor delantero centro de la Eurocopa.

Lamentablemente, ese, el de la ansiedad, no es el único mal que ha afligido a Álvaro Morata en los últimos meses. Otro peor, con peor remedio, le ha torturado: la neuralgia del trigémino. Se trata del más lacerante e insoportable dolor, que por algo se le conoce como el dolor del suicida. Mi pobre padre lo padeció, y vi lo que es eso. El nervio trigémino atraviesa el rostro, y por alguna disfunción causa un dolor indescriptible. La enfermedad es el dolor, a menudo no hay causa que lo explique, y puede aparecer en cualquier momento. Álvaro Morata ha sumado su ansiedad profesional, casi incapacitante en la alta competición, a la que le provoca la incertidumbre de cuándo le asaltará el latigazo eléctrico. Tal es el caso Morata, un caso inadvertido, ignorado, por quienes buscan en el fútbol sólo el gol.

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