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Cuerpo a tierra ANTONIO MANILLA

Derrapes de saxofón

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Aunque a uno nunca le haya gustado demasiado la ostentosa velocidad, hubo una época en la música española en que no era concebible un temazo sin su buen derrape de saxofón. Stukas, Cardiacos, Burning: los grupos inaugurales, aunque no fueran nunca parte contratante de la primera parte de la Movida, tenían aprecio por el sonido de viento, quizá porque lo mamaron en las viejas orquestas de verbena de los pueblos, en las bandas municipales y los grupos de soul que estaban de moda por entonces: en el pueblo puro de la música hecha para vivir y ser vivida. Un buen solo violento y desgarrador partiendo por la mitad la paz de la melodía y otro reconciliándose con ella al final mientras el tema se iba apagando hasta fundirse con el silencio, ese silencio diferente que siempre genera la música. Pese a su voz de cuchillo veloz y pendenciero, en el fondo el saxo era más como un bisturí que salía de la carne con un pedazo de alma enredada en el filo y limpio de sangre.

Hoy no se lleva, ni en la música ni en la vida, el ejemplo quirúrgico o francotirador del saxo que elevaba una delicuescencia pop a discurso existencialista con su expresión desgarrada de hierro atravesado por aire, herida abierta y alas de gorrión cuyo batir apenas perceptible termina por derribar el día menos pensado una torre en ruinas. Aquella fe en la música, en su capacidad de convertir a un pollo con granos en un elegante mod en lambretta o en un rudo rockero con chupa con chapas, en su vocación de madera a la que agarrarse en mitad del naufragio de la adolescencia, acaso se ha perdido, aunque todavía hay guardianes entre nosotros preservando la cueva del tesoro en una tienda de discos o en una fundación, como Juancho y Álex Cooper. Monjes sin hábito o caballeros sin levita dispuestos a preservar viva una tradición.

Esa precisión devastadora del saxofón ha sido sustituida hoy por bastas redes de arrastre, sampleados y técnicas invasivas. Quimioterapia sentimentaloide con otros timbres y otros coros —no precisamente duduá— de ripios detestables: las bofetadas a la igualdad y las peores rimas del mundo las están dando a la historia los letristas de reguetón. No es ya aquel «te lo había roto todo» ni el encontrarse «algún tampax suelto por la guantera», sino machismo hipersexualizado y violencia gratuita. Serie B.