Cuarto creciente
Ahmed Younoussi
Ahmed Younoussi cruzó el Estrecho de Gibraltar escondido en el techo de un camión. Tenía nueve años, los ojos azules, un padre que le pegaba palizas con un cinto, una madrastra que no se ocupaba de él, y se había marchado de su casa en la población marroquí de Ksar el Kebir para sobrevivir en las calles de Tánger.
Como un pícaro del siglo XXI.
Ahmed entró en España sobre el techo de la cabina de un camión, dormido tras el cortavientos, sin que la conductora del vehículo se diera cuenta. O quizá sí.
Era su octavo intento de llegar a Europa oculto entre las ruedas, entre los ejes, en lo alto de la caja, en el techo de la cabina de un camión.
Así que Ahmed, el niño de los ojos azules, fue lo que hoy llamamos un ‘mena’ (Menor No Acompañado), uno de esos chavales que se juegan el tipo para salir de Marruecos y cuyo reparto desde centros de acogida saturados en Canarias ha llevado a Vox a romper sus pactos con el PP en las comunidades autónomas.
El día en que Vox se disparaba en el pie, según más de un cronista político, Ahmed Younoussi —que ya tiene treinta y tantos años y es transportista (qué paradoja) y actor— protagonizaba en una de las salas del antiguo Matadero de Madrid la obra teatral 14.4 (los kilómetros que separan España de África en el Estrecho de Gibraltar). En 14.4, Ahmed cuenta su vida de niño pobre en Ksar el Kebir, donde le trataban a cintazos; de niño de la calle en el puerto de Tánger, donde huía de la policía; y en la ciudad de Ceuta, donde cruzó la frontera con ayuda de una porteadora.
Acogido en España, Ahmed aprendió a actuar en el taller de Cristina Rota y ha participado en el rodaje de algunas películas. Aunque se cansó de que siempre le contrataran para interpretar al terrorista islámico de turno. Pero en 14.4, una obra levantada por Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta a partir de su relato, Ahmed apenas tiene que actuar. Es su vida lo que nos cuenta. Son sus emociones lo que comparte. Es de verdad lo que narra.
Por eso tiene tanta fuerza.
Y me pregunto cuántos lazarillos, cuántos buscones, cuántos artistas, cuántos actores, cuantos Ahmed huyendo de los cintazos de su padre, habrá entre esos menores que acabamos de acoger. Y cuántos se perderán al otro lado del Estrecho.