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Fue leerles y acordarme de Neruda y su verso: «me gustas cuando callas, porque estás como ausente». Otegui y Rufián han hablado sobre nuestro éxito en la Eurocopa, y lo han hecho con exabrupto. El separatista vasco: «Nunca me voy a alegrar cuando gana España. No es mi selección, no es mi Rey y no es mi himno». El separatista catalán: ««Son catalanes y vascos creando y españoles aprovechándolo una vez más». A ambos habría que aplicarles la ITV de regeneración que propone Sánchez, a ver si hay en ellos algo ideológicamente salvable, siquiera el cenicero o el san Cristóbal. Y ya puestos, también a Abascal, quien respecto al atentado contra Trump ha declarado: «la izquierda estará lamentando íntimamente que el asesino haya fallado en su intento». ¿Por qué tal generalización, acaso él lo hubiese lamentado si una bala solo hubiese rozado la oreja de Biden? Pero de las tres declaraciones la peor es la de Otegui, a él un día los muertos le pedirán explicaciones, de sus palabras y de sus silencios.

No he leído el libro de memorias del posible vicepresidente de Trump, Hillbilly , una elegía rural pero sí he visto la película basada en el mismo, que me ha parecido excelente. Los hillbillies son rurales, pero en palurdo. Vance airea orgulloso que proviene de ellos; no de una clase obrera, sino lo que allí llaman con desprecio «white trash» (basura blanca), la pobreza endémica, él con el añadido de ser hijo de madre adolescente -13 años- y heroinómana, ya recuperada. Buscan el voto de los pobres, aunque los desprecien. Por ello, el discurso social de Vance es: si no hubiese migrantes ilegales podríamos ocuparnos más de vosotros; «si yo pude salir de aquello, quienes no lo conseguís es porque las políticas demócratas os lo impiden. Me temo que ganarán».

En Elorrio, Vizcaya, en una pintada en las escalinatas de una iglesia se llama «traidores» a los centrocampistas Oyarzabal y Merino, junto a una esvástica. ¿Nos gustan más callados estos cobardes anónimos? Mejor que ladren, no les vayan algunos a olvidar. El poema de Neruda concluye: «Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto». Pero, ay, lo es. La triste verdad del odio. Aun así, nuestras verdades de fraternidad son más fuertes que sus patrañas.